I want my Blog in Spanish and English.

domingo, 17 de junio de 2012

El Huésped








Eran alrededor de las 6 de la mañana en la Isla Sule Skerry, en el archipiélago de las Orcadas, al noreste de Escocia. Una monjita observaba cómo una lancha peleaba bravíamente contra las olas del mar. El invierno estaba llegando, y el viento era intenso.
Corría el año 1944. La monjita, Anna, era la hospedera de la Abadía Santa Clara. Era la encargada de atender a los huéspedes y de darles albergue y comida. La Abadía era grande, podía albergar hasta cincuenta personas. Tenía cuartos para ambos sexos: las mujeres dormían en el primer piso, mientras que los hombres lo hacían en el segundo. No obstante, ahora, a fines de otoño, sólo los ocupantes de esa lancha serían los huéspedes. Por eso Anna estaba tan intrigada.
Ella contemplaba la lucha de los músculos contra el mar inclemente. Desde Santa Clara, se veía muy poco debido al viento y a la lluvia. Lo que alcanzaba a definir era que se trataba de diez o de hombres.
Anna fue a despertar a la abadesa María, una monja muy buena, puro corazón. Juntas, contemplaron desde la ventanita del altillo del Monasterio la disputa de esos hombres con el mar.
-Nos pongamos a rezar por esos pobres hombres- dijo María, y junto a Anna, se arrodillaron y empezaron a rezar el Santo Rosario. Constantemente, Anna se paraba para ver cómo la embarcación avanzaba lenta pero segura, a pesar del pésimo clima. Cuando ésta ya estaba llegando a la costa, la hospedera avisó a la Abadesa y las dos notaron que se trataba de una embarcación alemana, por las cruces en sus costados.
Eran once hombres y una mujer. El grupo comenzó a ascender hacia el Monasterio. Uno de los hombres y la mujer tenían tapadas las caras con capuchas. Iban custodiados delante y detrás por el grupo.
Uno de los hombres tocó la campana de la Abadía; Anna miró por la ventanilla de la puerta y les preguntó qué los traía por allí, con esta terrible tormenta. El alemán, Hans, en un claro y educado inglés, contestó que sólo pasarían una noche, pero que después los encapuchados se quedarían hasta nueva orden, sólo unos meses. Agregó, además, que era preciso que no les hablaran a los encapuchados, y que sólo cuando el grupo abandonara la Abadía, las monjas podrían conocer la identidad de esas personas.
Anna les indicó dónde estaban sus habitaciones y baños. No obstante, Hans dijo que los encapuchados debían dormir en la misma habitación, que no podían separarlos. Anna habló con la Abadesa y ésta concedió hacer la excepción.
-¿Son un matrimonio?
-No, pero están a punto de casarse- dijo Hans.
-A lo mejor se casan en esta Abadía.
-Sólo Dios sabe- respondió el alemán.


Pasaron la noche allí, y al amanecer, el grupo partió, no sin antes decirles a las monjas que, si daban a conocer a alguien la identidad de los encapuchados, podían despedirse de sus vidas.
Cuando los alemanes ya estaban muy lejos, las diez monjas del Monasterio se acercaron a la misteriosa pareja. La mujer fue quien primero se sacó la capucha. En ese momento, María pegó un grito y Anna se desmayó.

Ciudad del Vaticano, Roma


El Secretario personal del Papa, el padre Pietro Mascagni, subía corriendo las escaleras que lo llevaban al estudio privado de su Santidad, Pío XII. No le daban las piernas de la urgencia que llevaba. Al llegar, totalmente agitado, encontró al Papa conversando, en perfecto castellano, con el Cardenal de Puerto Rico, mientras tomaban un té. El rostro de Pietro, turbado y desencajado, llamó la atención del Papa, y supo que llegaba para darle una noticia realmente importante.
-Su Santidad- dijo el sacerdote-, necesito hablar con usted a solas.
-Discúlpeme, monseñor Guerra- dijo Pietro.
-Por favor, en estos tiempos de inestabilidad política hay noticias urgentes de todas partes. Me voy. Gracias, Su Santidad- dijo el Cardenal, y se retiró de los aposentos.
El Papa puso una mano en el hombro de Pietro y le preguntó qué asunto tan urgente lo traía a él.
-Traigo noticias que me queman las manos, su Santidad. Provienen del Convento de monjas de las Islas Orcadas, al norte de Escocia, más precisamente de la Isla Sule Skerry. Me habló por teléfono la madre María, Abadesa del Convento, y me comentó algo espeluznante.
-¿Que sería eso, hijo?- dijo el Santo Padre.
-Su Santidad- continuó el Secretario-, esta mañana, como a las 6, hora de Londres, las 7 aquí, diez soldados alemanes llevaron dos personas encapuchadas a la Abadía. Adivine quiénes son… ¡Nada más ni nada menos que Adolf Hitler y Eva Braun!
-Entonces ¿quién está en el poder de Alemania?- preguntó el Papa.
-Suponemos que un doble, su Santidad. Las monjitas están amenazadas de muerte si dan a conocer su identidad, por eso tenemos que actuar con mucha cautela- Continuó-. Es increíble, tanto que usted hablaba de que Hitler había muerto en el atentado que realizó el conde Claus Von Stauffenberg el 20 de julio... Este doble debe recibir órdenes directas del Führer, a través del teléfono de las monjitas. Es la única forma de comunicación desde la Isla.
-¿Y por qué llevarlos encapuchados? ¿Por qué alejar a Hitler del poder?- se preguntaba el Papa.
-Para que nadie lo reconociera y para retirarlo del poder efectivo. Así, si intentan matarlo de nuevo, asesinarían al doble. Hitler ya lleva más de seis atentados contra su persona, aun antes de su ascenso al poder. ¡Algunos elevan el número hasta cuarenta y dos atentados!
-Es mucho- dijo su Santidad-, y nosotros no podemos echarlo de allí, cada abadía es un refugio para sus huéspedes. Además, las monjas están amenazadas.
-Pero lo que sí podemos hacer es contárselo a los ingleses, así lo apresan.
-Ya veremos. Mientras tanto, que nadie se entere, que la noticia no salga de esta habitación. Confío en ti, Pietro.
-Por supuesto, su Santidad, yo siempre le soy fiel.
-Lo sé. Gracias por tu lealtad.



Berlín, Alemania


Todos los días, a las 15, hora local, Hitler llamaba por teléfono a la Cancillería y hablaba con sus generales para impartirles instrucciones. También se comunicaba con su doble, Axel Rotemann. Éste era igual al Führer: medía 1,73, estaba en buen estado físico y tenía ojos azules. Parecían dos gotas de agua.
La Guardia Waffen SS de Hitler estaba atenta a cualquier cosa que demandara su verdadero Jefe. Él, por su parte, indicó que lo fueran a visitar a la Abadía dos veces por mes, para que pudiera firmar los documentos.
Hitler estaba contento en el Convento y era muy chistoso. Hacía reír a la Abadesa y a Anna, quien lo atendía, le preparaba las cuatro comidas diarias y a veces se quedaba a conversar con ambos.
Anna consideraba a ambos muy buena gente, a pesar de que todas las monjitas estaban amenazadas de muerte. Cada vez que la Guardia del Führer llegaba a la Isla, chequeaba que ninguna de las monjas hubiera transgredido la indicación o hubiera llamado por teléfono. Nadie sabía del llamado de María al Vaticano, y nadie nunca lo sabría, pero ahora dependían del mutismo de su Santidad.
No obstante, como se había corrido la voz de que los ingleses sabían de Hitler, tenían apostados cinco Waffen SS fuera del Monasterio y cinco adentro, lo menos que el Führer merecía. Hitler representaba la Alemania misma, la reencarnación de un nuevo mesías que atendería todas las necesidades del pueblo alemán. Su seguridad nunca estaba de más.


Los custodios de Hitler hablaban inglés y vestían como baqueanos, para no ser reconocidos. Uno de ellos constantemente vigilaba el teléfono, para que ninguna de las monjas diera noticias del Führer. En el escritorio de María, Anna y ella daban gracias a Dios de poder comunicarse con el Vaticano.
Mientras tanto, en la Santa Sede, el Papa estaba hablando con su secretario Pietro.
-No sé qué hacer- decía Pío XII-, si las ayudamos, quizá las maten. Pero algo tenemos que hacer y no sé qué.
-Su Santidad, ¿y si avisamos a los ingleses? Ellos pueden dar un golpe comando en el Monasterio. Aunque no sabemos si hay guardias Waffen SS en la Abadía… si los hay, las monjas corren grave peligro.
-Así es, Pietro- dijo su Santidad-, y me parece que así debe ser, pues no llamaron más por teléfono.
-¿Y cómo vamos a avisarle a los ingleses? Corren peligro sus vidas.
-Sí, Pietro- dijo el Papa-, podríamos enviar una lancha con un espía encubierto, que se hiciera pasar por pescador y que observe cuántos Waffen SS hay y cómo están ubicados. Es más: ni siquiera necesitaremos un espía. Un barco les manda provisiones todos los meses; podemos pedirles a los pescadores que vayan antes del 15 de cada mes, y que nos den informes.
-Eso es lo mejor- dijo Pietro-, pero mejor si mantienen la rutina habitual. Si no, los Waffen SS dudarán.
-Tienes razón, Pietro. Encárgate de hablar con el hombre de los suministros y cuéntale lo que tiene que hacer por el bien de las monjitas.
-Ya mismo llamo a Michael, el que se encarga de las provisiones.
-Gracias Pietro- dijo el Papa, y se despidieron con un abrazo.


Pietro decidido, llama a Michel Mac Allor, el hombre encargado de llevar todos los meses las pitanzas para las monjas.
-¿Cómo está, Pietro? Yo estoy con mi esposa, tomando una copita de jerez, está muy frío por aquí. ¿Allá en Roma, cómo está el tiempo?
-Templado- dijo Pietro.
-¡Qué maravilla! ¿Y a qué se debe su llamada, amigo?- dijo el amable pescador.
-Mire, Michael, esto es muy importante para Su Santidad. Necesitamos que este 15, cuando vaya a llevar las provisiones a Sule Skerry, se fije bien si hay soldados Waffen SS, con uniforme o de fajina, cuántos son y en qué parte de la Isla están, si hay alguien adentro con las monjas…
-Por supuesto, Pietro.
-Esto es totalmente confidencial: no hable con nadie sobre esto, ni siquiera con su esposa. Por favor, cuando vuelva llámeme a mi número privado y póngame al tanto.
-Ok, padre Pietro, como usted diga.


Los alemanes, liderados por Hans Scoper, el primero y único en hablar con las monjas, iban en bote de goma hasta un submarino apostado en las costas de la Isla en busca de sus vituallas. Dicho submarino viajaba dos veces por mes para llevar comida, cartas y todo lo necesario para los Waffen SS y su Führer. Otros dos submarinos más rondaban la Isla, por las dudas. Espiaban, por medio de sus telescopios, todo lo que acontecía en Sule Skerry.
Cuatro soldados de la Waffen SS subieron al bote inflado y llegaron hasta el submarino remando en el mar bravío. En el submarino, capitán y marineros esperaban, en perfecta fila. Dos marineros agarraron fuerte la soga que les tiraron los soldados para que al bote no lo llevara la corriente; la soga estaba atada en dos partes del bote y los del submarino lo subieron a la cubierta. Hans Scoper, como siempre, fue el primero en romper el hielo.
-Hola, amigos- Hans les decía así porque él también era capitán, y de la Waffen SS, nada más ni nada menos-, ¿qué tienen para nosotros?
-Les traemos más armas automáticas, comida, hasta postre, cartas para ustedes y unos documentos para el Führer, que él debe firmar- dijo el capitán del submarino-. A propósito ¿cómo está el Führer?
-Tranquilo, demasiado tranquilo- dijo Hans.
-Bueno, les traigo buenas noticias: los ingleses no están ni enterados de dónde está. En el mundo nadie se ha dado cuenta del cambio de Adolf Hitler por Axel Rotemann.
-Así me lo suponía. En dos semanas los esperamos- dijo Hans, y le dio un fuerte apretón de manos.
Soltaron el bote al mar y subieron el capitán y los marineros, con cinco bolsas enormes. Luego, se pusieron a remar hacia la Isla.
En el Convento Santa Clara, las monjitas estaban en su hora de oración y rezaban especialmente para que no se cometiera ningún asesinato en el Monasterio. Al terminar, Hans, recién llegado, le pidió a María que hablaran en su despacho privado.
En la oficina de María había un crucifijo mediano puesto en la pared, justo al medio de la mesa en cuanto a proporciones, y una Santísima Virgen de yeso, de unos 20 centímetros. También una biblioteca, bastante completa, con obras de San Agustín, Santo Tomás, Teresita y Teresa de Jesús, todos estos Doctores de la Iglesia. Su escritorio era de madera de roble, barnizado de marrón oscuro. Hans le preguntó cuándo llegaba el barco con provisiones.
-Llega todos los 15 de cada mes, o sea, mañana- dijo María.
-Si no quieren ser maltratadas, pórtense bien, no den ningún indicio de que nosotros estamos aquí. Nos esconderemos y ¡cuidado con los gestos! No quiero ver a ninguna de sus hermanas muertas- continuó Hans-. Reúnalas y cuénteles delante de mí lo que yo le dije. Quiero saber si hay traidoras entre ellas.
María hizo lo que Hans le pidió. Entonces éste se quedó más tranquilo.


Al día siguiente, como a las 10.30, los Waffen SS divisaron un pequeño barco, bien lejos de la costa, y dieron aviso a su capitán. Éste y los otros nueve se escondieron en el primer piso, ya que Anna les había contado que las provisiones se guardaban en el sótano, donde también tenían una bodega.
El barco llegó a la costa y, como siempre, salió Anna a recibir a Michael. Pero, al darle la mano, le puso un papel doblado muy chiquito en su palma. Michael se hizo el tonto y se pasó la mano por el pelo, antes de meter el papelito, cautelosamente, en su bolsillo del pantalón. No veía la hora de poder echarle una mirada, pero continuó con su rutina de bajar toda la comida a la bodega.
-Les traje una grapa especial y licor de huevo hecho por mi mujer, espero que les guste.
-Gracias, Michael: usted siempre con sorpresas gratas, ¡muchas gracias! Pase a tomar un café calentito con la madre María y conmigo, ya empezaron los fríos así que una bebida caliente nunca cae mal. Por supuesto, le convidaremos unas colaciones de chocolate, hechas por mí. Vaya hasta la oficina de la Abadesa. Yo iré a buscar el café.
Conversaron durante una hora, y luego Michael se despidió de María y de Anna.
-Hasta el mes que viene…o, si me necesitan, llámenme antes.
Los Waffen SS habían colocado dos soldados en el techo para espiar todo lo que Anna hacía, pero no vieron nada fuera de lugar y se lo dijeron a Hans. Éste reunió a las monjas en el patio y las felicitó por lo bien que lo habían hecho.
En el barco, Michael leía el papel de Anna:

Estamos amenazadas de muerte. Aquí están Hitler, su novia Eva Braun y diez soldados de la Waffen SS. Nos tienen controladas.¡¡¡AUXILIO, POR FAVOR!!!”.

Michael no podía creer lo que leían sus ojos: ¡Hitler, en Sule Skerry! ¿Qué locura era ésa, si Hitler, Adolf Hitler, estaba en Berlín, tratando de ver cómo hacían los soldados americanos con su avance sobre Francia, Bélgica y Holanda? Lo había escuchado por radio, no podía ser un doble.
Lo que Michael no sabía, al igual que muchos otros, es que el Führer había grabado veinte discursos para ser transmitidos por radio Berlín y de allí a todo el mundo. Sintió ganas de vomitar: tenían al mismo demonio dentro del Convento.


Al llegar a su casa, su esposa había salido a visitar a una vecina, por lo que Michael aprovechó para hablar a Pietro en el Vaticano. Con la voz temblorosa, Michael leyó a Pietro lo que el papel decía.
-¿Qué le parece, Padre? Algo diabólicamente insólito: Hitler protegido por diez soldados de la Waffen SS, que darían su vida por él.
-Muchas gracias por la información, se la pasaré a su Santidad. Por favor, no le cuente a nadie, ni a su señora, es un asunto de seguridad del Estado.
-No, por supuesto… soy una tumba.
-Muchas gracias- dijo el Secretario del Papa.
Pietro fue raudamente a contarle todo a Pío XII.
-Su Santidad- dijo Pietro-, hay diez soldados de la Waffen SS que tienen aterrorizadas a las monjas. ¿Qué podemos hacer?
-Nada- dijo su Santidad-, nada, que yo pueda ver… si avisamos a los ingleses y ellos atacan, los soldados pueden llegar a matar a las monjas. Sólo podemos esperar a ver como se resuelven las cosas orando. ¡Oh, Dios bendito, te necesitamos!- dijo en voz alta el Papa. Su pedido era una plegaria de frustración humana, pero bien esperanzada, a Dios Omnipotente.


Mientras tanto, en el Convento, Anna seguía siendo la única que tenía acceso a Hitler y Eva. Aquél estaba ocupado grabando un discurso, mientras Eva estaba leyendo las últimas revistas de moda en alemán que le trajo el mismo proveedor de Adolf. Se la veía muy entretenida, por lo que Anna no quiso molestarla, pero la Braun la invitó a sentarse a su lado y, aunque no sabía ni jota de inglés, se manejaba por señas. Le mostró las revistas de moda, que a Anna le encantaban, pues de no haber sido monja, seguramente se hubiera dedicado al diseño. Era algo que repetía siempre cuando conversaba con las otras hermanas, así que pasaron un agradable rato. Mientras, el Führer seguía arengando al pueblo alemán.
La superiora María estaba muy preocupada: ¿qué pasaría con ellas? ¿Y si venían los ingleses y los Waffen SS las mataban? Su cabeza corría a mil por hora. Por fin, se dijo: “Ocúpate Tú, Señor mi Dios. ¡En Vos confío, Padre Omnipotente!”.
Hans la había escuchado.
-Si vienen los ingleses, ustedes morirán. Así que no se proteja con su diosito. Y dígale que nos quedamos cuatro meses más, a ver en qué las puede ayudar.
-¡Por supuesto que nos va a ayudar, veamos quién gana al final!
Haciendo una mueca de asco, Hans se fue, golpeando sus borceguíes.




Berlín, Alemania. Unos meses atrás


Corría el mes de julio en Berlín, y hacía mucho calor. Hitler estaba charlando con Martin Bormann.
-Recién acabo de sufrir otro atentado- dijo Adolf- y ya van veinte. Casi me mata ese desgraciado de Claus Von Stauffenberg y su camarilla, ya tenían todo previsto para asumir el gobierno de Alemania… no puedo sufrir otro más. ¿Qué me dices, querido amigo?
-Me parece que tendrías que tener un doble que te reemplace aquí, en Berlín, y en el Nido del Águila[1].
-Tú ya sabes que ésa es mi prioridad número uno. La Waffen SS consiguió un hombre muy parecido a mí que se llama Axel…
-…Rotemann.
-Así es- dijo el Führer-, según dicen, somos como dos gotas de agua. Búsquelo y tráigalo a mi presencia.


Axel y el Führer se encontraron para charlar, a las dos horas.
-Mira, Axel- dijo Hitler-, tú me vas a reemplazar, como máximo, cinco meses, hasta que pase la ola de atentados. Yo te voy a hablar una vez por semana para ver cómo van las cosas. Te dejaré discursos grabados y después te diré cuándo emitirlos. También grabaré arengas en mi exilio, que después te mandaré. Ahora puedes retirarte.
Hail, Hitler!- dijo Axel Rotemann, y se retiró.
El Führer le preguntó a Bormann cuál sería el mejor lugar para su retiro.
-Por empezar, no tendría que ser ni en un país neutral, ni en uno aliado. Le convendría a algún país como Inglaterra, las islas del norte de Escocia. Allí no hay nadie y sería el lugar menos esperado para su retiro.
-Sí- dijo Hitler-, tienes razón. ¿A qué isla podré ir?
Ambos se fijaron en un mapa gigante del Reino Unido. Bormann apuntó con el dedo.
-Aquí- dijo él-, en el Archipiélago de las Orcadas, en la Isla Sule Skerry, al noreste de Escocia.
-¿Has averiguado si allí hay alguna casa en la que pueda estar cómodo?
-Sí, Führer: hay un Convento de monjas benedictinas que le dará alojamiento y comodidades. Usted irá con diez soldados Waffen SS, quienes lo dejarán en el Monasterio. Viaje con su novia. Si nos enteramos de que hay alguna posibilidad de que se enteren los ingleses, le mandamos diez Waffen SS más a protegerlo y a controlar a las monjas. Allí en la Abadía tiene un teléfono para comunicarse cuando lo desee, conmigo o con Axel. La posibilidad de que se enteren los ingleses es casi nula, pero si eso llegara a pasar, tenemos otras islas a donde llevarlo…al sudoeste de Irlanda, país neutral, a la Isla de Tearagh, por ejemplo.
-Gracias, amigo mío- dijo Hitler-, tú siempre tienes todo listo para mí. Cuando ganemos la Guerra, serás mi Primer Ministro.
-Muchas gracias- dijo Martín Bormann-. ¡Hail Führer!


En la Isla Sule Skerry, a fines de 1944, todo seguía tal como la vez que Hitler y Eva Braun llegaron. Sólo un submarino inglés hacía la diferencia. Y se acercaba a las Islas Orcadas. Al divisarlo, los dos submarinos alemanes apostados empezaron a hacer maniobras para alejarse, pero los ingleses vieron la cola de uno de ellos y comenzaron a perseguirlo. El otro submarino alemán realizó rápidamente una maniobra ofensiva y se colocó detrás del inglés, desde allí lo torpedeó y lo destrozó.
En la Isla del Convento se escuchó la explosión. Nadie, ni siquiera los soldados apostados, sabía qué había pasado. Por las dudas, prepararon sus armas para la pelea, pero pasaron dos horas y nada ocurrió, así que todos se relajaron, especialmente las hermanas. Hans Scoper le dijo a María que debía tratarse de torpedos lanzados contra un submarino inglés.
María le dijo a Hans, como comentario, que un sacerdote conocido oficiaba una Misa en su Capilla un domingo por mes, y que el próximo domingo le tocaba ir.
-¡Bah!- dijo Hans- Eso me tiene sin cuidado, nos apostaremos en el techo, en el primer piso y en la planta baja, como hicimos con el proveedor. ¿Cómo se llama el sacerdote?
-Matthew Cornwell, es joven, tendrá su misma edad, Capitán- dijo María-. Es muy afectuoso y amable, pero eso a usted no le importa, ¿o sí? Si quiere, puede venir usted solo a Misa y los demás hacen guardia. Yo diré que usted es mi invitado especial- dijo la Abadesa.
-Lo pensaré muy bien- fue la respuesta de Hans Scoper.


Domingo. El padre Matthew llega remando. De lejos, un soldado alemán lo ve con sus binoculares y va a avisarle a Hans. Éste aposta cuatro guardias en el techo y cinco en el primer piso. La Capilla de la Abadía quedaba en planta baja, al igual que la oficina privada de la Madre Superiora.
Anna y María salieron a recibir al Padre.
-¡Qué gusto verlo de nuevo, Padre!- dijo María.
-¿Cómo está usted?
-Bien, Padre. Bah, más o menos, pero por favor no diga nada a nadie. A lo mejor tenemos un invitado a la Misa, todavía no sé si vendrá o no. Por eso, Padre, le pido absoluta discreción
-Madre, le prometo rezar por la conversión de este personaje, ojalá que venga a la Misa.
-¡Dios lo escuche, Padre! Entremos, que hace frío y nos podemos enfermar
-Sí, entremos, que el tiempo está inclemente.


Las monjitas ya habían dispuesto todo para la Santa Misa. El padre Matthew empezó la Misa de espaldas a los fieles. Cuando se dio vuelta para leer el Evangelio, se encontró con que, en el fondo de la Capilla, había un hombre rubio, vestido normalmente, pero con borceguíes. Por eso Matthew pensó que era soldado. Después de la Misa iba a conversar con él.
Al terminar la Celebración Eucarística, Matthew se dio cuenta de que el hombre rubio no había comulgado y había desaparecido.
-En el Nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, reciban la bendición. Ya pueden retirarse.
María invitó al Padre con un café y colaciones, las colaciones de Anna, que vino pronto a servirlas.
-Qué me comenta, Madre-dijo Matthew-, el soldado estuvo en la Misa.
-Sí, es soldado alemán, pero por favor no diga nada de esto a nadie, nuestras vidas corren peligro- contestó María.
-No se lo diré a nadie, pero me parece que hay algo más que quiere contarme y no puede.
-Hay mucho más, pero mi vida y las de todas mis hermanas peligran. Podría venir todos los domingos, así nos da fuerza la Santa Eucaristía y su presencia.
-Madre- dijo Matthew-, usted sabe que le dejo el copón lleno de hostias consagradas, y además no puedo venir todos los domingos, sólo el establecido para ustedes. Les prometo que oraré por ustedes, para que nadie les haga daño. Sí puedo venir un domingo cada quince días…
Allí lo interrumpió Hans
-Estaría muy bueno eso, Padre… No sé su nombre.
-Matthew- dijo el Sacerdote.
-Bueno, padre Matthew, si pudiera venir cada quince días sería muy bueno para todos nosotros.
María y Matthew se miraron con extrañeza.
-Bueno, hijo mío- dijo el Padre-, su nombre era…
-Hans- dijo el Capitán-, Hans Scoper.
-Haré lo posible por venir cada quince días. Ahora tengo que ir a otra isla del Archipiélago de las Orcadas a dar Misa y después vuelvo a Escocia.
-Qué suerte que le tocó un mar sereno, padre Matthew, va a poder remar con facilidad- dijo Hans.
-Sí, gracias, hijo. Si puedo, los veré en quince días.
Le dio la mano a Hans y éste se la apretó fuerte. Luego, le dio la mano a María y se despidió.
María y Anna lo acompañaron hasta su bote. Afuera estaba agradable, había salido el sol y no había viento.
-Gracias por todo, hermanitas.
-Gracias a usted, Padre. En quince días nos vemos, hasta luego- María se inclinó como para saludar con un beso en la mejilla al sacerdote, y le dijo al oído: “Está Hitler en el Monasterio con su novia, Eva Braun”.
Se despidieron rápido, los soldados Waffen SS lo miraban todo con binoculares.



Londres, Inglaterra


El general Bernard Law Montgomery fue avisado del hundimiento del submarino inglés en el Mar del Norte, en el Archipiélago de las Orcadas. Tanto él como sus colaboradores se preguntaban qué estaban haciendo los submarinos alemanes al norte de Escocia, dado que, como avisara el Capitán, había dos submarinos alemanes en medio de las Islas Orcadas.
-Tendríamos que mandar tres submarinos al Archipiélago, para que vean qué hay allí, qué sucede y que nos avisen prontamente- dijo el General-. Ya me están cansando los alemanes con las bombas voladoras V1 y, encima, nos hunden un submarino en una zona no transitada por ellos. Debemos saber de inmediato qué pasa allí.
Mientras tanto, los dos submarinos alemanes seguían oteando la costa de Sule Skerry, muy tranquilos, incapaces de pensar en la defensa submarina inglesa.


Cuando María y Anna entraron al Monasterio, Hans Scoper estaba en la oficina privada de la Abadesa. María entró y le preguntó qué deseaba.
-Mire, hermana- comenzó diciendo él-, cuando estuve en Misa, sentí algo que me emocionó mucho y que no escuchaba desde chico: el Pater Noster y la canción Tantum Ergo. Me trajeron a la memoria cuando iba a Misa con mi madre y me confesaba y comulgaba junto a ella. En mi adolescencia, cuando murió mamá, yo sentí que algo se quebraba dentro de mí, como si yo fuera otra persona. Me desconocía y creía o quería ser otra persona. Estaba tan, tan triste, que no hacía más que llorar. Entonces, en 1936, entré al nazismo y adoré al Führer, lo seguí a todas partes. Soy su guardia personal, la persona en la que él más confía… Estoy muy emocionado, madre María…- y se puso a llorar como un niño a los pies de la Abadesa. Ésta, muy nerviosa, le dijo que sus soldados podrían estarlo viendo.
-No importa- dijo Hans-, yo quiero y necesito hablar con usted sobre Jesús y María Santísima.
-Bueno-dijo María-, párese y nos pondremos a charlar. Voy a pedirle a Anna que nos traiga un té con colaciones ¿Sabía usted que ella las hace con chocolate adentro? Son exquisitas- le contó, para distraerlo y que la tristeza pasara.
Los dos se sentaron frente a frente, y Hans manifestó que quería recibir clases de Catecismo de parte de María; quería confesarse y volver a comulgar.
-¿Quieres ser un buen cristiano?
-Sí- dijo él-, definitivamente.
-Entonces, tienes que hacer bien tu trabajo sin perjudicar a nadie, para empezar.


Desde ese día, todas las tardes después del almuerzo, la Abadesa le daba clases de Catecismo a Scoper. Éste progresaba de una manera extraordinaria. Trajo también a dos soldados católicos de la Waffen SS, Friederich y Sebastian, que estaban de guardia en el Convento. Los tres soldados estaban muy contentos con sus progresos y estaban esperando al padre Matthew para ayudar a Misa, confesarse y comulgar.
Cuando se cumplieron quince días, Friederich pidió al Capitán subir al techo a ver con los binoculares si venía Matthew. Hans estuvo de acuerdo y le dijo que tocara las campanas para notificar a todos de la llegada del sacerdote.
A la hora y media, cerca del mediodía, se sintieron las campanadas y María, Anna, Hans, Sebastian y Friederich, que bajó corriendo, fueron a darle la bienvenida al padre Matthew. Los tres soldados de la Waffen SS se turnaban para ayudar al Padre como monaguillos, no sin antes haberse confesado. Después del Sermón, comulgaron los tres, juntos con las diez monjas.


El Vaticano, Roma


El Secretario Privado del Papa, el padre Pietro, estaba hablando con Montgomery por teléfono. Éste le comentaba que habían hundido un submarino inglés en el Archipiélago de las Orcadas, cerca de la Isla Sule Skerry, y se preguntaba si las monjas habrían escuchado la explosión.
-No- dijo Pietro-, todavía no sabemos nada. Hablamos con la abadesa María una vez por semana. Tiene que comunicarse con nosotros en dos días, pero hablaré con ella antes, General.
-Muchas gracias- dijo Bernard Law-, espero noticias. Mis respetos a Su Santidad.
Pietro fue a hablar con el Papa y le comentó de la llamada de Montgomery. Pío XII estaba muy preocupado por las monjas.
-Si los ingleses se enteran de que Hitler está en su territorio, van a armar un grupo comando y lo van a mandar a Sule Skerry, con el peligro de que alguna monja muera, y pueden ser varias.
-Tendremos que hablar con el Embajador de Alemania y contarle todo esto, así llevan a Hitler a otra parte. O le piden que regrese a Alemania, sería lo mejor para todos.
-Ve, Pietro, y después coméntame todo, por favor.
-Sí, su Santidad, así lo haré- y besándole el anillo, se despidió.
Antes de irse, el Papa le recomendó que no dijera nada de que se habían enterado por las monjitas, era preciso protegerlas.
Pietro se dirigió a hablar con el Embajador alemán, el señor Kurt Belsen. En su despacho, y tras pedir dos cafés a su secretaria, Belsen y Pietro conversaron.
-Estimado Kurt, me he enterado- empezó Pietro- de que hay submarinos alemanes al norte de Escocia, especialmente en la Isla Sule Skerry. El general Montgomery me lo comentó, dado que atacaron un submarino inglés y él quiere venganza.
-A eso hemos llegado- dijo Kurt.
Sí- dijo Pietro-. ¿A qué o a quién protegen los submarinos en esa posición?
-Eso es información altamente secreta y clasificada. Los embajadores no estamos en condiciones de dar explicaciones, es por seguridad interna de nuestra Alemania.
-¿O será por su Führer?- dijo el Secretario.
-¡Por supuesto! Por seguridad de nuestro Gran Líder, también.
-Se me hace tan difícil descubrir qué hay al norte de Escocia… hasta llegaría a especular que se trata del mismísimo Adolf Hitler. El hermetismo alemán me hace pensar eso… ¿estoy en lo cierto, señor Embajador?
-No puedo contestar su pregunta- dijo Kurt.
-Ya la contestó- dijo Pietro-. Muchas gracias, y también por el café que no tuve tiempo de tomar.
Le dio un apretón de manos y se despidió.
El Embajador alemán, enojadísimo, gritó por su comunicador: “¡Brenda, suspenda los cafés!”.


Pietro Mascagni subió corriendo al despacho privado de su Santidad y le comentó lo que había averiguado por las respuestas vacilantes del Embajador.
-¡Gracias a Dios, Pietro! Ahora no podrán culpar a las monjitas por revelar el secreto. Podremos contárselo a los ingleses- dijo Pío XII.
-No lo considero apropiado, querido Papa: las monjitas pueden sufrir las consecuencias del fuego cruzado.
-Tienes razón, Pietro, no podemos hacer eso. Sigamos rezando para que todo se resuelva sin sangre.
-Sí su Santidad. Hoy viernes nos tocan los Misterios Dolorosos del Santo Rosario. ¿Puedo acompañarlo a rezar?
-Por supuesto, hijo mío, recemos juntos el Rosario. Primer Misterio: la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos…
Mientras tanto, en el Convento, Friederich, Sebastian y Hans seguían asistiendo a las clases de catequesis que les daba la Madre Superiora. Hans se acercó a María, luego de una clase.
-Querida Madre, quédese tranquila: ninguna de ustedes va a sufrir por nuestras manos, las vamos a defender con alma y vida. Gracias por ayudarme a reencontrarme con mis orígenes. Sebastian y Friederich están encantados con sus clases al igual que yo.
María se quedó tranquila, ya no tenía de qué preocuparse.
-Gracias, hijo- dijo la Madre- ¡Gracias a Dios por tu conversión y la de tus amigos! Y mil gracias por su defensa. ¿Vio, Hans? El Señor hace maravillas en favor de su pueblo. Así como lo hace con ustedes, lo hace con nosotras.


Desde el Monasterio, Hitler hablaba en conferencia con Martín Bormann y Axel Rotemann.
-Querido Bormann, si bien estoy muy cómodo y muy bien atendido aquí en la Abadía, no quiero prolongar mi ausencia demasiado más. ¿Cómo está todo en Berlín?
-Se nota su ausencia, Führer, pero estamos bien. Axel se muestra ante las multitudes y las cámaras y nadie duda de que sea usted. Además, ya nos llegaron sus últimas grabaciones, pronto estarán en la radio.
-Muy bien, amigo. ¿Está Axel por allí?
Sí, está aquí sentado escuchando Wagner.
-Ponlo al teléfono, por favor.
-Herr Rottemann, el Führer quiere hablar con usted.
Axel pegó un salto de la silla y se puso al teléfono.
-Sí, Jefe- dijo
-Saludos, Herr Rottemann- dijo Adolf-, ¿cómo la está pasando con su nueva identidad?
-Todos creen que soy usted, Führer- dijo Axel.
-Muy bien. Dentro de poco tiempo estaré de vuelta-dijo Hitler-. Axel, pásame con Bormann.
-¡Sí, señor! ¡Hail Hitler!
-Bormann, ¿alguna otra novedad?
-Sí, Führer: hace dos días escuché una fuerte explosión cerca de la Isla.
-¿Cómo? Explícate- preguntó, enojado, Hitler.
-Bueno… eh… uno de nuestros submarinos hundió un submarino inglés- terminó Bormann.
-¡Idiotas! ¡Cómo se les ocurre disparar al enemigo justo aquí! ¡Los ingleses podrían ya estar advertidos de mi presencia! ¡Son unos imbéciles! ¡Retiren urgentemente los dos submarinos de custodia y sólo dejen el que viene cada quince días!- Hitler no dejaba de gritar. Cortó el teléfono.
Martin Bormann quedó como adolescente amonestado y cuanto antes, se comunicó con los responsables de los submarinos.



Londres, Inglaterra. Algunos días después


-General Montgomery: tras el Día D, los americanos están avanzando en Francia, Holanda y Bélgica y ya tomaron toda Italia, la cual declaró la guerra a Alemania- dice el Coronel.
-Sí, Coronel, estamos ganando la guerra, eso hay que festejarlo.
-¿Y qué sabe de las Islas Orcadas? ¿Tiene alguna información?
-Ninguna. Pero allí se encuentran los tres submarinos que mandé a inspeccionar- dijo Montgomery.
-Muy bien. Sé que están apostados en el archipiélago, pero según la última información, no se divisan submarinos enemigos.
-Eso es importantísimo- dijo Montgomery-, dígales que se queden apostados y no abandonen su puesto en las Orcadas.
-Muy bien, señor, así lo haré- dijo el Coronel.



El Monasterio, Isla Sule Skerry


La Madre le pidió permiso a Hans para hablar por teléfono al Vaticano a solas. Hans se lo concedió y se retiró. Entonces, María telefoneó a Pietro
-¡Hola, Madre, qué alegría escucharla! No teníamos noticias de ustedes. ¿Cómo están todas?
-Estamos muy bien, Secretario. Cuéntele al Papa que estoy dando clases de Catecismo al Capitán y a dos soldados más de la Waffen SS que se están convirtiendo y nos prometieron protección. ¡Su Santidad no lo va a poder Creer!- dijo María.
-Por supuesto que no- dijo Pietro-, pero ¡qué alegría que me da, Madre! El Señor actúa de maneras misteriosas y nunca nos deja. ¡Gloria a Dios, creador del Universo!
-¡Y a su Santísima Madre!- dijo María.
-Gracias por las buenas, ¡excelentes noticias! Ya mismo voy a contarle a su Santidad, estará feliz, no sabe cuánto hemos rezado por ustedes.
-Gracias por las oraciones- dijo María-, el Señor siempre las escucha.
-Por supuesto- dijo el Secretario-. Muchas gracias de nuevo por llamarme para contarme esto.


Pietro va raudamente a contarle a Pío XII las últimas noticias. Éstas hacen feliz al Papa: ahora no hay peligro de que se enteren los ingleses, ya que las monjitas estarán doblemente protegidas.
-¡Gracias, Señor Jesús y María Santísima, por escuchar nuestras oraciones, gracias!- exclama el Papa.


Hitler continuaba escribiendo discursos, muy divertido. Al quedarse sin cinta para la grabadora, llamó a Hans para que convocara cuanto antes al submarino de provisiones. Hans obedeció.
El 15 de ese mes, el submarino alemán llegó con suministros y cintas para los caprichos del Führer. No obstante, el mar traía otra sorpresa: tres submarinos ingleses que esperaban el transporte alemán.
El capitán del submarino alemán detectó con los radares el peligro enemigo, mas no tuvo tiempo de indicar el viraje de curso, porque dos torpedos ingleses lo destruyeron al instante.
La explosión se escuchó desde la Isla y alertó a Hitler. Llamó al Capitán de las Waffen SS, Hans Scoper, para que solicitara urgentemente informes a Berlín. Hans se comunica con Bormann en Berlín.
-¿Qué necesita, Capitán?
-El Führer quiere saber qué pasó, porque escuchamos una fuerte explosión aquí, en Sule Skerry.
-Bueno, las noticias vuelan: atacaron el submarino que les llevaba vituallas. En las proximidades de la Isla hemos detectado tres submarinos ingleses.
-¡Y ustedes retiraron los dos refuerzos alemanes!
-Pero fue a pedido del Führer… veremos si podemos mandar los suministros por avión. Por favor, dígale a Hitler que todo está bien, que mañana mismo tendrá sus cintas grabadoras.


Al día siguiente, una avioneta particular sobrevolaba la Isla. Tres paracaídas con mercadería aterrizaron: dos cajas con provisiones y una con cintas grabadoras, revistas de moda y comida especial para Hitler y Eva.
Hitler se dijo asimismo: “Cuando la Luftwaffe[2] funciona, todo sale de maravillas”.
La Royal Air Force[3] ni siquiera se percató de este hecho, porque se trataba de una avioneta particular que volaba bajo para no ser detectada por los radares. No obstante, los bultos cayeron muy distanciados. Uno, el del Führer, aterrizó justo donde el padre Matthew solía atracar, pero el otro lo hizo en el mar, a quinientos metros del Convento. Por fortuna, todos estaban impermeabilizados. Los soldados Waffen SS los fueron a buscar y trajeron los tres al Monasterio.
Hans se alegraba de que hubieran podido recuperar los bultos, ya que, de lo contrario, las tropas iban a estar bastante ajustadas con la comida, y eso podría acarrear problemas entre los alemanes y las monjitas, porque ellas iban a tener que compartir sus víveres, de por sí, pocos.
Hitler ordenó que Hans le llevara las cintas y revistas. Éste, diligentemente, se las acercó. El Führer se veía contento de nuevo, como un niño con golosinas. Eva mandó a llamar a Anna, su nueva compañera a la hora de hojear revistas de moda.


Aprovechando que los soldados Waffen SS hablaban un perfecto inglés, Anna y María comenzaron a conversar más fluidamente con ellos, que se aburrían frecuentemente. Ellas les hablaban de Dios y, poco a poco, cada uno fue acercándose al Señor, a la conversión. Los dos que faltaban se mostraron muy interesados en las cosas de la religión y le pidieron a la Madre que los invitara cuando llegara el padre Matthew a dar la Misa.
 A la semana siguiente, el Padre arribó a la Isla. Con alegría, se encontró con dos soldados más que esperaban por la confesión: Johann y Wolfgang, muy amigos de Hans, Friederich y Sebastian. Los cinco prometieron defender a las hermanas, y éstas estaban más que alegres por eso.
Estos soldados mantenían largas charlas con el Matthew y con María, charlas tan jugosas que eran para no perdérselas. Por eso, María y Anna escuchaban todo lo que hablaban con el Padre. A su vez, Anna asistía a María en la enseñanza de la Catequesis.
Los soldados eran una fuente inagotable de preguntas.
-Padre, ¿cuál es el fin del hombre?
-El hombre fue creado para alabar, adorar y hacer reverencia a Dios Nuestro Señor y servirse de todas las cosas creadas.
-¿Qué es 

1 comentario:

  1. Queridos Hermanos en Cristo y María Santísima, en este Blog van a leer cosas que les parece conocidas, pero en todas hay algo que nunca supieron. Les quería avisar que el cuento El Huésped, es seguido por La Prueba, Luego la Puerta y por último lo Encontrado, léanlo en ese órden así realizan una lectura amena.Que Dios Los Bendiga. Adrián.

    ResponderEliminar