Eran
alrededor de las 6 de la mañana en la Isla Sule Skerry, en el archipiélago de las
Orcadas, al noreste de Escocia. Una monjita observaba cómo una lancha peleaba
bravíamente contra las olas del mar. El invierno estaba llegando, y el viento
era intenso.
Corría
el año 1944. La monjita, Anna, era la hospedera de la Abadía Santa Clara.
Era la encargada de atender a los huéspedes y de darles albergue y comida. La Abadía era grande, podía
albergar hasta cincuenta personas. Tenía cuartos para ambos sexos: las mujeres
dormían en el primer piso, mientras que los hombres lo hacían en el segundo. No
obstante, ahora, a fines de otoño, sólo los ocupantes de esa lancha serían los
huéspedes. Por eso Anna estaba tan intrigada.
Ella
contemplaba la lucha de los músculos contra el mar inclemente. Desde Santa
Clara, se veía muy poco debido al viento y a la lluvia. Lo que alcanzaba a
definir era que se trataba de diez o de hombres.
Anna
fue a despertar a la abadesa María, una monja muy buena, puro corazón. Juntas,
contemplaron desde la ventanita del altillo del Monasterio la disputa de esos
hombres con el mar.
-Nos
pongamos a rezar por esos pobres hombres- dijo María, y junto a Anna, se
arrodillaron y empezaron a rezar el Santo Rosario. Constantemente, Anna se
paraba para ver cómo la embarcación avanzaba lenta pero segura, a pesar del
pésimo clima. Cuando ésta ya estaba llegando a la costa, la hospedera avisó a la Abadesa y las dos notaron
que se trataba de una embarcación alemana, por las cruces en sus costados.
Eran
once hombres y una mujer. El grupo comenzó a ascender hacia el Monasterio. Uno
de los hombres y la mujer tenían tapadas las caras con capuchas. Iban
custodiados delante y detrás por el grupo.
Uno
de los hombres tocó la campana de la
Abadía ; Anna miró por la ventanilla de la puerta y les
preguntó qué los traía por allí, con esta terrible tormenta. El alemán, Hans,
en un claro y educado inglés, contestó que sólo pasarían una noche, pero que después
los encapuchados se quedarían hasta nueva orden, sólo unos meses. Agregó,
además, que era preciso que no les hablaran a los encapuchados, y que sólo
cuando el grupo abandonara la Abadía ,
las monjas podrían conocer la identidad de esas personas.
Anna
les indicó dónde estaban sus habitaciones y baños. No obstante, Hans dijo que
los encapuchados debían dormir en la misma habitación, que no podían
separarlos. Anna habló con la Abadesa
y ésta concedió hacer la excepción.
-¿Son
un matrimonio?
-No,
pero están a punto de casarse- dijo Hans.
-A
lo mejor se casan en esta Abadía.
-Sólo
Dios sabe- respondió el alemán.
Pasaron
la noche allí, y al amanecer, el grupo partió, no sin antes decirles a las
monjas que, si daban a conocer a alguien la identidad de los encapuchados,
podían despedirse de sus vidas.
Cuando
los alemanes ya estaban muy lejos, las diez monjas del Monasterio se acercaron
a la misteriosa pareja. La mujer fue quien primero se sacó la capucha. En ese
momento, María pegó un grito y Anna se desmayó.
Ciudad
del Vaticano, Roma
El
Secretario personal del Papa, el padre Pietro Mascagni, subía corriendo las
escaleras que lo llevaban al estudio privado de su Santidad, Pío XII. No le
daban las piernas de la urgencia que llevaba. Al llegar, totalmente agitado,
encontró al Papa conversando, en perfecto castellano, con el Cardenal de Puerto
Rico, mientras tomaban un té. El rostro de Pietro, turbado y desencajado, llamó
la atención del Papa, y supo que llegaba para darle una noticia realmente
importante.
-Su
Santidad- dijo el sacerdote-, necesito hablar con usted a solas.
-Discúlpeme,
monseñor Guerra- dijo Pietro.
-Por
favor, en estos tiempos de inestabilidad política hay noticias urgentes de
todas partes. Me voy. Gracias, Su Santidad- dijo el Cardenal, y se retiró de
los aposentos.
El
Papa puso una mano en el hombro de Pietro y le preguntó qué asunto tan urgente
lo traía a él.
-Traigo
noticias que me queman las manos, su Santidad. Provienen del Convento de monjas
de las Islas Orcadas, al norte de Escocia, más precisamente de la Isla Sule Skerry. Me
habló por teléfono la madre María, Abadesa del Convento, y me comentó algo
espeluznante.
-¿Que
sería eso, hijo?- dijo el Santo Padre.
-Su
Santidad- continuó el Secretario-, esta mañana, como a las 6, hora de Londres,
las 7 aquí, diez soldados alemanes llevaron dos personas encapuchadas a la Abadía. Adivine
quiénes son… ¡Nada más ni nada menos que Adolf Hitler y Eva Braun!
-Entonces
¿quién está en el poder de Alemania?- preguntó el Papa.
-Suponemos
que un doble, su Santidad. Las monjitas están amenazadas de muerte si dan a
conocer su identidad, por eso tenemos que actuar con mucha cautela- Continuó-. Es
increíble, tanto que usted hablaba de que Hitler había muerto en el atentado
que realizó el conde Claus Von Stauffenberg el 20 de julio... Este doble debe
recibir órdenes directas del Führer, a través del teléfono de las monjitas. Es
la única forma de comunicación desde la Isla.
-¿Y
por qué llevarlos encapuchados? ¿Por qué alejar a Hitler del poder?- se
preguntaba el Papa.
-Para
que nadie lo reconociera y para retirarlo del poder efectivo. Así, si intentan
matarlo de nuevo, asesinarían al doble. Hitler ya lleva más de seis atentados contra
su persona, aun antes de su ascenso al poder. ¡Algunos elevan el número hasta cuarenta
y dos atentados!
-Es
mucho- dijo su Santidad-, y nosotros no podemos echarlo de allí, cada abadía es
un refugio para sus huéspedes. Además, las monjas están amenazadas.
-Pero
lo que sí podemos hacer es contárselo a los ingleses, así lo apresan.
-Ya
veremos. Mientras tanto, que nadie se entere, que la noticia no salga de esta
habitación. Confío en ti, Pietro.
-Por
supuesto, su Santidad, yo siempre le soy fiel.
-Lo
sé. Gracias por tu lealtad.
Berlín,
Alemania
Todos
los días, a las 15, hora local, Hitler llamaba por teléfono a la Cancillería y hablaba con
sus generales para impartirles instrucciones. También se comunicaba con su
doble, Axel Rotemann. Éste era igual al Führer: medía 1,73, estaba en buen
estado físico y tenía ojos azules. Parecían dos gotas de agua.
Hitler
estaba contento en el Convento y era muy chistoso. Hacía reír a la Abadesa y a Anna, quien lo
atendía, le preparaba las cuatro comidas diarias y a veces se quedaba a
conversar con ambos.
Anna
consideraba a ambos muy buena gente, a pesar de que todas las monjitas estaban
amenazadas de muerte. Cada vez que la Guardia del Führer llegaba a la Isla , chequeaba que ninguna
de las monjas hubiera transgredido la indicación o hubiera llamado por
teléfono. Nadie sabía del llamado de María al Vaticano, y nadie nunca lo
sabría, pero ahora dependían del mutismo de su Santidad.
No
obstante, como se había corrido la voz de que los ingleses sabían de Hitler,
tenían apostados cinco Waffen SS fuera del Monasterio y cinco adentro, lo menos
que el Führer merecía. Hitler representaba la Alemania misma, la reencarnación
de un nuevo mesías que atendería todas las necesidades del pueblo alemán. Su
seguridad nunca estaba de más.
Los
custodios de Hitler hablaban inglés y vestían como baqueanos, para no ser
reconocidos. Uno de ellos constantemente vigilaba el teléfono, para que ninguna
de las monjas diera noticias del Führer. En el escritorio de María, Anna y ella
daban gracias a Dios de poder comunicarse con el Vaticano.
Mientras
tanto, en la Santa Sede ,
el Papa estaba hablando con su secretario Pietro.
-No
sé qué hacer- decía Pío XII-, si las ayudamos, quizá las maten. Pero algo
tenemos que hacer y no sé qué.
-Su
Santidad, ¿y si avisamos a los ingleses? Ellos pueden dar un golpe comando en
el Monasterio. Aunque no sabemos si hay guardias Waffen SS en la Abadía … si los hay, las
monjas corren grave peligro.
-Así
es, Pietro- dijo su Santidad-, y me parece que así debe ser, pues no llamaron
más por teléfono.
-¿Y
cómo vamos a avisarle a los ingleses? Corren peligro sus vidas.
-Sí,
Pietro- dijo el Papa-, podríamos enviar una lancha con un espía encubierto, que
se hiciera pasar por pescador y que observe cuántos Waffen SS hay y cómo están
ubicados. Es más: ni siquiera necesitaremos un espía. Un barco les manda
provisiones todos los meses; podemos pedirles a los pescadores que vayan antes
del 15 de cada mes, y que nos den informes.
-Eso
es lo mejor- dijo Pietro-, pero mejor si mantienen la rutina habitual. Si no,
los Waffen SS dudarán.
-Tienes
razón, Pietro. Encárgate de hablar con el hombre de los suministros y cuéntale
lo que tiene que hacer por el bien de las monjitas.
-Ya
mismo llamo a Michael, el que se encarga de las provisiones.
-Gracias
Pietro- dijo el Papa, y se despidieron con un abrazo.
Pietro
decidido, llama a Michel Mac Allor, el hombre encargado de llevar todos los
meses las pitanzas para las monjas.
-¿Cómo
está, Pietro? Yo estoy con mi esposa, tomando una copita de jerez, está muy
frío por aquí. ¿Allá en Roma, cómo está el tiempo?
-Templado-
dijo Pietro.
-¡Qué
maravilla! ¿Y a qué se debe su llamada, amigo?- dijo el amable pescador.
-Mire,
Michael, esto es muy importante para Su Santidad. Necesitamos que este 15,
cuando vaya a llevar las provisiones a Sule Skerry, se fije bien si hay
soldados Waffen SS, con uniforme o de fajina, cuántos son y en qué parte de la Isla están, si hay alguien
adentro con las monjas…
-Por
supuesto, Pietro.
-Esto
es totalmente confidencial: no hable con nadie sobre esto, ni siquiera con su
esposa. Por favor, cuando vuelva llámeme a mi número privado y póngame al tanto.
-Ok,
padre Pietro, como usted diga.
Los
alemanes, liderados por Hans Scoper, el primero y único en hablar con las
monjas, iban en bote de goma hasta un submarino apostado en las costas de la Isla en busca de sus vituallas.
Dicho submarino viajaba dos veces por mes para llevar comida, cartas y todo lo
necesario para los Waffen SS y su Führer. Otros dos submarinos más rondaban la Isla , por las dudas.
Espiaban, por medio de sus telescopios, todo lo que acontecía en Sule Skerry.
Cuatro
soldados de la Waffen SS
subieron al bote inflado y llegaron hasta el submarino remando en el mar bravío.
En el submarino, capitán y marineros esperaban, en perfecta fila. Dos marineros
agarraron fuerte la soga que les tiraron los soldados para que al bote no lo
llevara la corriente; la soga estaba atada en dos partes del bote y los del
submarino lo subieron a la cubierta. Hans Scoper, como siempre, fue el primero
en romper el hielo.
-Hola,
amigos- Hans les decía así porque él también era capitán, y de la Waffen SS , nada más ni
nada menos-, ¿qué tienen para nosotros?
-Les
traemos más armas automáticas, comida, hasta postre, cartas para ustedes y unos
documentos para el Führer, que él debe firmar- dijo el capitán del submarino-.
A propósito ¿cómo está el Führer?
-Tranquilo,
demasiado tranquilo- dijo Hans.
-Bueno,
les traigo buenas noticias: los ingleses no están ni enterados de dónde está. En
el mundo nadie se ha dado cuenta del cambio de Adolf Hitler por Axel Rotemann.
-Así
me lo suponía. En dos semanas los esperamos- dijo Hans, y le dio un fuerte
apretón de manos.
Soltaron
el bote al mar y subieron el capitán y los marineros, con cinco bolsas enormes.
Luego, se pusieron a remar hacia la
Isla.
En
el Convento Santa Clara, las monjitas estaban en su hora de oración y rezaban
especialmente para que no se cometiera ningún asesinato en el Monasterio. Al
terminar, Hans, recién llegado, le pidió a María que hablaran en su despacho
privado.
En
la oficina de María había un crucifijo mediano puesto en la pared, justo al
medio de la mesa en cuanto a proporciones, y una Santísima Virgen de yeso, de
unos 20 centímetros .
También una biblioteca, bastante completa, con obras de San Agustín, Santo
Tomás, Teresita y Teresa de Jesús, todos estos Doctores de la Iglesia. Su escritorio era de
madera de roble, barnizado de marrón oscuro. Hans le preguntó cuándo llegaba el
barco con provisiones.
-Llega
todos los 15 de cada mes, o sea, mañana- dijo María.
-Si
no quieren ser maltratadas, pórtense bien, no den ningún indicio de que
nosotros estamos aquí. Nos esconderemos y ¡cuidado con los gestos! No quiero
ver a ninguna de sus hermanas muertas- continuó Hans-. Reúnalas y cuénteles delante
de mí lo que yo le dije. Quiero saber si hay traidoras entre ellas.
María
hizo lo que Hans le pidió. Entonces éste se quedó más tranquilo.
Al
día siguiente, como a las 10.30, los Waffen SS divisaron un pequeño barco, bien
lejos de la costa, y dieron aviso a su capitán. Éste y los otros nueve se
escondieron en el primer piso, ya que Anna les había contado que las provisiones
se guardaban en el sótano, donde también tenían una bodega.
El
barco llegó a la costa y, como siempre, salió Anna a recibir a Michael. Pero, al
darle la mano, le puso un papel doblado muy chiquito en su palma. Michael se
hizo el tonto y se pasó la mano por el pelo, antes de meter el papelito,
cautelosamente, en su bolsillo del pantalón. No veía la hora de poder echarle
una mirada, pero continuó con su rutina de bajar toda la comida a la bodega.
-Les
traje una grapa especial y licor de huevo hecho por mi mujer, espero que les
guste.
-Gracias,
Michael: usted siempre con sorpresas gratas, ¡muchas gracias! Pase a tomar un
café calentito con la madre María y conmigo, ya empezaron los fríos así que una
bebida caliente nunca cae mal. Por supuesto, le convidaremos unas colaciones de
chocolate, hechas por mí. Vaya hasta la oficina de la Abadesa. Yo iré a
buscar el café.
Conversaron
durante una hora, y luego Michael se despidió de María y de Anna.
-Hasta
el mes que viene…o, si me necesitan, llámenme antes.
Los
Waffen SS habían colocado dos soldados en el techo para espiar todo lo que Anna
hacía, pero no vieron nada fuera de lugar y se lo dijeron a Hans. Éste reunió a
las monjas en el patio y las felicitó por lo bien que lo habían hecho.
En
el barco, Michael leía el papel de Anna:
“Estamos amenazadas de muerte. Aquí están Hitler,
su novia Eva Braun y diez soldados de la Waffen SS. Nos tienen controladas.¡¡¡AUXILIO, POR
FAVOR!!!”.
Michael
no podía creer lo que leían sus ojos: ¡Hitler, en Sule Skerry! ¿Qué locura era ésa,
si Hitler, Adolf Hitler, estaba en Berlín, tratando de ver cómo hacían los
soldados americanos con su avance sobre Francia, Bélgica y Holanda? Lo había
escuchado por radio, no podía ser un doble.
Lo
que Michael no sabía, al igual que muchos otros, es que el Führer había grabado
veinte discursos para ser transmitidos por radio Berlín y de allí a todo el
mundo. Sintió ganas de vomitar: tenían al mismo demonio dentro del Convento.
Al
llegar a su casa, su esposa había salido a visitar a una vecina, por lo que
Michael aprovechó para hablar a Pietro en el Vaticano. Con la voz temblorosa,
Michael leyó a Pietro lo que el papel decía.
-¿Qué
le parece, Padre? Algo diabólicamente insólito: Hitler protegido por diez
soldados de la Waffen SS ,
que darían su vida por él.
-Muchas
gracias por la información, se la pasaré a su Santidad. Por favor, no le cuente
a nadie, ni a su señora, es un asunto de seguridad del Estado.
-No,
por supuesto… soy una tumba.
-Muchas
gracias- dijo el Secretario del Papa.
Pietro
fue raudamente a contarle todo a Pío XII.
-Su
Santidad- dijo Pietro-, hay diez soldados de la
Waffen SS que tienen aterrorizadas a las
monjas. ¿Qué podemos hacer?
-Nada-
dijo su Santidad-, nada, que yo pueda ver… si avisamos a los ingleses y ellos
atacan, los soldados pueden llegar a matar a las monjas. Sólo podemos esperar a
ver como se resuelven las cosas orando. ¡Oh, Dios bendito, te necesitamos!-
dijo en voz alta el Papa. Su pedido era una plegaria de frustración humana,
pero bien esperanzada, a Dios Omnipotente.
Mientras
tanto, en el Convento, Anna seguía siendo la única que tenía acceso a Hitler y
Eva. Aquél estaba ocupado grabando un discurso, mientras Eva estaba leyendo las
últimas revistas de moda en alemán que le trajo el mismo proveedor de Adolf. Se
la veía muy entretenida, por lo que Anna no quiso molestarla, pero la Braun la invitó a sentarse a
su lado y, aunque no sabía ni jota de inglés, se manejaba por señas. Le mostró
las revistas de moda, que a Anna le encantaban, pues de no haber sido monja,
seguramente se hubiera dedicado al diseño. Era algo que repetía siempre cuando
conversaba con las otras hermanas, así que pasaron un agradable rato. Mientras,
el Führer seguía arengando al pueblo alemán.
La
superiora María estaba muy preocupada: ¿qué pasaría con ellas? ¿Y si venían los
ingleses y los Waffen SS las mataban? Su cabeza corría a mil por hora. Por fin,
se dijo: “Ocúpate Tú, Señor mi Dios. ¡En Vos confío, Padre Omnipotente!”.
Hans
la había escuchado.
-Si
vienen los ingleses, ustedes morirán. Así que no se proteja con su diosito. Y
dígale que nos quedamos cuatro meses más, a ver en qué las puede ayudar.
-¡Por
supuesto que nos va a ayudar, veamos quién gana al final!
Haciendo
una mueca de asco, Hans se fue, golpeando sus borceguíes.
Berlín,
Alemania. Unos meses atrás
Corría
el mes de julio en Berlín, y hacía mucho calor. Hitler estaba charlando con
Martin Bormann.
-Recién
acabo de sufrir otro atentado- dijo Adolf- y ya van veinte. Casi me mata ese
desgraciado de Claus Von Stauffenberg y su camarilla, ya tenían todo previsto
para asumir el gobierno de Alemania… no puedo sufrir otro más. ¿Qué me dices,
querido amigo?
-Me
parece que tendrías que tener un doble que te reemplace aquí, en Berlín, y en
el Nido del Águila[1].
-Tú
ya sabes que ésa es mi prioridad número uno. La Waffen SS consiguió un
hombre muy parecido a mí que se llama Axel…
-…Rotemann.
-Así
es- dijo el Führer-, según dicen, somos como dos gotas de agua. Búsquelo y
tráigalo a mi presencia.
Axel
y el Führer se encontraron para charlar, a las dos horas.
-Mira,
Axel- dijo Hitler-, tú me vas a reemplazar, como máximo, cinco meses, hasta que
pase la ola de atentados. Yo te voy a hablar una vez por semana para ver cómo
van las cosas. Te dejaré discursos grabados y después te diré cuándo emitirlos.
También grabaré arengas en mi exilio, que después te mandaré. Ahora puedes
retirarte.
-¡Hail, Hitler!- dijo Axel Rotemann, y se
retiró.
El
Führer le preguntó a Bormann cuál sería el mejor lugar para su retiro.
-Por
empezar, no tendría que ser ni en un país neutral, ni en uno aliado. Le
convendría a algún país como Inglaterra, las islas del norte de Escocia. Allí
no hay nadie y sería el lugar menos esperado para su retiro.
-Sí-
dijo Hitler-, tienes razón. ¿A qué isla podré ir?
Ambos
se fijaron en un mapa gigante del Reino Unido. Bormann apuntó con el dedo.
-Aquí-
dijo él-, en el Archipiélago de las Orcadas, en la
Isla Sule Skerry, al noreste de Escocia.
-¿Has
averiguado si allí hay alguna casa en la que pueda estar cómodo?
-Sí,
Führer: hay un Convento de monjas benedictinas que le dará alojamiento y
comodidades. Usted irá con diez soldados Waffen SS, quienes lo dejarán en el Monasterio.
Viaje con su novia. Si nos enteramos de que hay alguna posibilidad de que se
enteren los ingleses, le mandamos diez Waffen SS más a protegerlo y a controlar
a las monjas. Allí en la Abadía
tiene un teléfono para comunicarse cuando lo desee, conmigo o con Axel. La
posibilidad de que se enteren los ingleses es casi nula, pero si eso llegara a
pasar, tenemos otras islas a donde llevarlo…al sudoeste de Irlanda, país
neutral, a la Isla
de Tearagh, por ejemplo.
-Gracias,
amigo mío- dijo Hitler-, tú siempre tienes todo listo para mí. Cuando ganemos la Guerra , serás mi Primer Ministro.
-Muchas
gracias- dijo Martín Bormann-. ¡Hail Führer!
En
la Isla Sule
Skerry, a fines de 1944, todo seguía tal como la vez que Hitler y Eva Braun llegaron.
Sólo un submarino inglés hacía la diferencia. Y se acercaba a las Islas Orcadas.
Al divisarlo, los dos submarinos alemanes apostados empezaron a hacer maniobras
para alejarse, pero los ingleses vieron la cola de uno de ellos y comenzaron a
perseguirlo. El otro submarino alemán realizó rápidamente una maniobra ofensiva
y se colocó detrás del inglés, desde allí lo torpedeó y lo destrozó.
En
la Isla del Convento
se escuchó la explosión. Nadie, ni siquiera los soldados apostados, sabía qué
había pasado. Por las dudas, prepararon sus armas para la pelea, pero pasaron
dos horas y nada ocurrió, así que todos se relajaron, especialmente las
hermanas. Hans Scoper le dijo a María que debía tratarse de torpedos lanzados
contra un submarino inglés.
María
le dijo a Hans, como comentario, que un sacerdote conocido oficiaba una Misa en
su Capilla un domingo por mes, y que el próximo domingo le tocaba ir.
-¡Bah!-
dijo Hans- Eso me tiene sin cuidado, nos apostaremos en el techo, en el primer
piso y en la planta baja, como hicimos con el proveedor. ¿Cómo se llama el sacerdote?
-Matthew
Cornwell, es joven, tendrá su misma edad, Capitán- dijo María-. Es muy
afectuoso y amable, pero eso a usted no le importa, ¿o sí? Si quiere, puede venir
usted solo a Misa y los demás hacen guardia. Yo diré que usted es mi invitado
especial- dijo la Abadesa.
-Lo
pensaré muy bien- fue la respuesta de Hans Scoper.
Domingo.
El padre Matthew llega remando. De lejos, un soldado alemán lo ve con sus
binoculares y va a avisarle a Hans. Éste aposta cuatro guardias en el techo y
cinco en el primer piso. La
Capilla de la
Abadía quedaba en planta baja, al igual que la oficina
privada de la Madre Superiora.
Anna
y María salieron a recibir al Padre.
-¡Qué
gusto verlo de nuevo, Padre!- dijo María.
-¿Cómo
está usted?
-Bien,
Padre. Bah, más o menos, pero por favor no diga nada a nadie. A lo mejor
tenemos un invitado a la Misa ,
todavía no sé si vendrá o no. Por eso, Padre, le pido absoluta discreción
-Madre,
le prometo rezar por la conversión de este personaje, ojalá que venga a la Misa.
-¡Dios
lo escuche, Padre! Entremos, que hace frío y nos podemos enfermar
-Sí,
entremos, que el tiempo está inclemente.
Las
monjitas ya habían dispuesto todo para la Santa Misa. El padre Matthew
empezó la Misa
de espaldas a los fieles. Cuando se dio vuelta para leer el Evangelio, se encontró
con que, en el fondo de la
Capilla , había un hombre rubio, vestido normalmente, pero con
borceguíes. Por eso Matthew pensó que era soldado. Después de la Misa iba a conversar con él.
Al
terminar la Celebración
Eucarística , Matthew se dio cuenta de que el hombre rubio no
había comulgado y había desaparecido.
-En
el Nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, reciban la bendición. Ya
pueden retirarse.
María
invitó al Padre con un café y colaciones, las colaciones de Anna, que vino
pronto a servirlas.
-Qué
me comenta, Madre-dijo Matthew-, el soldado estuvo en la Misa.
-Sí,
es soldado alemán, pero por favor no diga nada de esto a nadie, nuestras vidas corren
peligro- contestó María.
-No
se lo diré a nadie, pero me parece que hay algo más que quiere contarme y no
puede.
-Hay
mucho más, pero mi vida y las de todas mis hermanas peligran. Podría venir
todos los domingos, así nos da fuerza la Santa Eucaristía y su
presencia.
-Madre-
dijo Matthew-, usted sabe que le dejo el copón lleno de hostias consagradas, y
además no puedo venir todos los domingos, sólo el establecido para ustedes. Les
prometo que oraré por ustedes, para que nadie les haga daño. Sí puedo venir un
domingo cada quince días…
Allí
lo interrumpió Hans
-Estaría
muy bueno eso, Padre… No sé su nombre.
-Matthew-
dijo el Sacerdote.
-Bueno,
padre Matthew, si pudiera venir cada quince días sería muy bueno para todos
nosotros.
María
y Matthew se miraron con extrañeza.
-Bueno,
hijo mío- dijo el Padre-, su nombre era…
-Hans-
dijo el Capitán-, Hans Scoper.
-Haré
lo posible por venir cada quince días. Ahora tengo que ir a otra isla del
Archipiélago de las Orcadas a dar Misa y después vuelvo a Escocia.
-Qué
suerte que le tocó un mar sereno, padre Matthew, va a poder remar con
facilidad- dijo Hans.
-Sí,
gracias, hijo. Si puedo, los veré en quince días.
Le
dio la mano a Hans y éste se la apretó fuerte. Luego, le dio la mano a María y
se despidió.
María
y Anna lo acompañaron hasta su bote. Afuera estaba agradable, había salido el
sol y no había viento.
-Gracias
por todo, hermanitas.
-Gracias
a usted, Padre. En quince días nos vemos, hasta luego- María se inclinó como
para saludar con un beso en la mejilla al sacerdote, y le dijo al oído: “Está
Hitler en el Monasterio con su novia, Eva Braun”.
Se
despidieron rápido, los soldados Waffen SS lo miraban todo con binoculares.
Londres,
Inglaterra
El
general Bernard Law Montgomery fue avisado del hundimiento del submarino inglés
en el Mar del Norte, en el Archipiélago de las Orcadas. Tanto él como sus
colaboradores se preguntaban qué estaban haciendo los submarinos alemanes al norte
de Escocia, dado que, como avisara el Capitán, había dos submarinos alemanes en
medio de las Islas Orcadas.
-Tendríamos
que mandar tres submarinos al Archipiélago, para que vean qué hay allí, qué
sucede y que nos avisen prontamente- dijo el General-. Ya me están cansando los
alemanes con las bombas voladoras V1 y, encima, nos hunden un submarino en una
zona no transitada por ellos. Debemos saber de inmediato qué pasa allí.
Mientras
tanto, los dos submarinos alemanes seguían oteando la costa de Sule Skerry, muy
tranquilos, incapaces de pensar en la defensa submarina inglesa.
Cuando
María y Anna entraron al Monasterio, Hans Scoper estaba en la oficina privada
de la Abadesa. María
entró y le preguntó qué deseaba.
-Mire,
hermana- comenzó diciendo él-, cuando estuve en Misa, sentí algo que me
emocionó mucho y que no escuchaba desde chico: el Pater Noster y la canción
Tantum Ergo. Me trajeron a la memoria cuando iba a Misa con mi madre y me
confesaba y comulgaba junto a ella. En mi adolescencia, cuando murió mamá, yo
sentí que algo se quebraba dentro de mí, como si yo fuera otra persona. Me desconocía
y creía o quería ser otra persona. Estaba tan, tan triste, que no hacía más que
llorar. Entonces, en 1936, entré al nazismo y adoré al Führer, lo seguí a todas
partes. Soy su guardia personal, la persona en la que él más confía… Estoy muy
emocionado, madre María…- y se puso a llorar como un niño a los pies de la Abadesa. Ésta, muy
nerviosa, le dijo que sus soldados podrían estarlo viendo.
-No
importa- dijo Hans-, yo quiero y necesito hablar con usted sobre Jesús y María
Santísima.
-Bueno-dijo
María-, párese y nos pondremos a charlar. Voy a pedirle a Anna que nos traiga
un té con colaciones ¿Sabía usted que ella las hace con chocolate adentro? Son
exquisitas- le contó, para distraerlo y que la tristeza pasara.
Los
dos se sentaron frente a frente, y Hans manifestó que quería recibir clases de
Catecismo de parte de María; quería confesarse y volver a comulgar.
-¿Quieres
ser un buen cristiano?
-Sí-
dijo él-, definitivamente.
-Entonces,
tienes que hacer bien tu trabajo sin perjudicar a nadie, para empezar.
Desde
ese día, todas las tardes después del almuerzo, la Abadesa le daba clases de
Catecismo a Scoper. Éste progresaba de una manera extraordinaria. Trajo también
a dos soldados católicos de la
Waffen SS , Friederich y Sebastian, que estaban de guardia en
el Convento. Los tres soldados estaban muy contentos con sus progresos y
estaban esperando al padre Matthew para ayudar a Misa, confesarse y comulgar.
Cuando
se cumplieron quince días, Friederich pidió al Capitán subir al techo a ver con
los binoculares si venía Matthew. Hans estuvo de acuerdo y le dijo que tocara
las campanas para notificar a todos de la llegada del sacerdote.
A
la hora y media, cerca del mediodía, se sintieron las campanadas y María, Anna,
Hans, Sebastian y Friederich, que bajó corriendo, fueron a darle la bienvenida
al padre Matthew. Los tres soldados de la Waffen SS se turnaban para ayudar al Padre como
monaguillos, no sin antes haberse confesado. Después del Sermón, comulgaron los
tres, juntos con las diez monjas.
El
Vaticano, Roma
El
Secretario Privado del Papa, el padre Pietro, estaba hablando con Montgomery
por teléfono. Éste le comentaba que habían hundido un submarino inglés en el
Archipiélago de las Orcadas, cerca de la Isla
Sule Skerry, y se preguntaba si las monjas habrían escuchado
la explosión.
-No-
dijo Pietro-, todavía no sabemos nada. Hablamos con la abadesa María una vez
por semana. Tiene que comunicarse con nosotros en dos días, pero hablaré con
ella antes, General.
-Muchas
gracias- dijo Bernard Law-, espero noticias. Mis respetos a Su Santidad.
Pietro
fue a hablar con el Papa y le comentó de la llamada de Montgomery. Pío XII
estaba muy preocupado por las monjas.
-Si
los ingleses se enteran de que Hitler está en su territorio, van a armar un
grupo comando y lo van a mandar a Sule Skerry, con el peligro de que alguna
monja muera, y pueden ser varias.
-Tendremos
que hablar con el Embajador de Alemania y contarle todo esto, así llevan a
Hitler a otra parte. O le piden que regrese a Alemania, sería lo mejor para
todos.
-Ve,
Pietro, y después coméntame todo, por favor.
-Sí,
su Santidad, así lo haré- y besándole el anillo, se despidió.
Antes
de irse, el Papa le recomendó que no dijera nada de que se habían enterado por
las monjitas, era preciso protegerlas.
Pietro
se dirigió a hablar con el Embajador alemán, el señor Kurt Belsen. En su
despacho, y tras pedir dos cafés a su secretaria, Belsen y Pietro conversaron.
-Estimado
Kurt, me he enterado- empezó Pietro- de que hay submarinos alemanes al norte de
Escocia, especialmente en la Isla Sule
Skerry. El general Montgomery me lo comentó, dado que atacaron un submarino inglés
y él quiere venganza.
-A
eso hemos llegado- dijo Kurt.
Sí-
dijo Pietro-. ¿A qué o a quién protegen los submarinos en esa posición?
-Eso
es información altamente secreta y clasificada. Los embajadores no estamos en
condiciones de dar explicaciones, es por seguridad interna de nuestra Alemania.
-¿O
será por su Führer?- dijo el Secretario.
-¡Por
supuesto! Por seguridad de nuestro Gran Líder, también.
-Se
me hace tan difícil descubrir qué hay al norte de Escocia… hasta llegaría a especular
que se trata del mismísimo Adolf Hitler. El hermetismo alemán me hace pensar
eso… ¿estoy en lo cierto, señor Embajador?
-No
puedo contestar su pregunta- dijo Kurt.
-Ya
la contestó- dijo Pietro-. Muchas gracias, y también por el café que no tuve
tiempo de tomar.
Le
dio un apretón de manos y se despidió.
El
Embajador alemán, enojadísimo, gritó por su comunicador: “¡Brenda, suspenda los
cafés!”.
Pietro
Mascagni subió corriendo al despacho privado de su Santidad y le comentó lo que
había averiguado por las respuestas vacilantes del Embajador.
-¡Gracias
a Dios, Pietro! Ahora no podrán culpar a las monjitas por revelar el secreto.
Podremos contárselo a los ingleses- dijo Pío XII.
-No
lo considero apropiado, querido Papa: las monjitas pueden sufrir las
consecuencias del fuego cruzado.
-Tienes
razón, Pietro, no podemos hacer eso. Sigamos rezando para que todo se resuelva
sin sangre.
-Sí
su Santidad. Hoy viernes nos tocan los Misterios Dolorosos del Santo Rosario.
¿Puedo acompañarlo a rezar?
-Por
supuesto, hijo mío, recemos juntos el Rosario. Primer Misterio: la agonía de
Jesús en el Huerto de los Olivos…
Mientras
tanto, en el Convento, Friederich, Sebastian y Hans seguían asistiendo a las clases
de catequesis que les daba la Madre
Superiora. Hans se acercó a María, luego de una clase.
-Querida
Madre, quédese tranquila: ninguna de ustedes va a sufrir por nuestras manos,
las vamos a defender con alma y vida. Gracias por ayudarme a reencontrarme con
mis orígenes. Sebastian y Friederich están encantados con sus clases al igual
que yo.
María
se quedó tranquila, ya no tenía de qué preocuparse.
-Gracias,
hijo- dijo la Madre-
¡Gracias a Dios por tu conversión y la de tus amigos! Y mil gracias por su defensa.
¿Vio, Hans? El Señor hace maravillas en favor de su pueblo. Así como lo hace
con ustedes, lo hace con nosotras.
Desde
el Monasterio, Hitler hablaba en conferencia con Martín Bormann y Axel
Rotemann.
-Querido
Bormann, si bien estoy muy cómodo y muy bien atendido aquí en la Abadía , no quiero prolongar
mi ausencia demasiado más. ¿Cómo está todo en Berlín?
-Se
nota su ausencia, Führer, pero estamos bien. Axel se muestra ante las
multitudes y las cámaras y nadie duda de que sea usted. Además, ya nos llegaron
sus últimas grabaciones, pronto estarán en la radio.
-Muy
bien, amigo. ¿Está Axel por allí?
Sí,
está aquí sentado escuchando Wagner.
-Ponlo
al teléfono, por favor.
-Herr Rottemann, el Führer quiere hablar
con usted.
Axel
pegó un salto de la silla y se puso al teléfono.
-Sí,
Jefe- dijo
-Saludos,
Herr Rottemann- dijo Adolf-, ¿cómo la
está pasando con su nueva identidad?
-Todos
creen que soy usted, Führer- dijo Axel.
-Muy
bien. Dentro de poco tiempo estaré de vuelta-dijo Hitler-. Axel, pásame con
Bormann.
-¡Sí,
señor! ¡Hail Hitler!
-Bormann,
¿alguna otra novedad?
-Sí,
Führer: hace dos días escuché una fuerte explosión cerca de la Isla.
-¿Cómo?
Explícate- preguntó, enojado, Hitler.
-Bueno…
eh… uno de nuestros submarinos hundió un submarino inglés- terminó Bormann.
-¡Idiotas!
¡Cómo se les ocurre disparar al enemigo justo aquí! ¡Los ingleses podrían ya estar
advertidos de mi presencia! ¡Son unos imbéciles! ¡Retiren urgentemente los dos
submarinos de custodia y sólo dejen el que viene cada quince días!- Hitler no
dejaba de gritar. Cortó el teléfono.
Martin
Bormann quedó como adolescente amonestado y cuanto antes, se comunicó con los
responsables de los submarinos.
Londres,
Inglaterra. Algunos días después
-General
Montgomery: tras el Día D, los americanos están avanzando en Francia, Holanda y
Bélgica y ya tomaron toda Italia, la cual declaró la guerra a Alemania- dice el
Coronel.
-Sí,
Coronel, estamos ganando la guerra, eso hay que festejarlo.
-¿Y
qué sabe de las Islas Orcadas? ¿Tiene alguna información?
-Ninguna.
Pero allí se encuentran los tres submarinos que mandé a inspeccionar- dijo
Montgomery.
-Muy
bien. Sé que están apostados en el archipiélago, pero según la última
información, no se divisan submarinos enemigos.
-Eso
es importantísimo- dijo Montgomery-, dígales que se queden apostados y no
abandonen su puesto en las Orcadas.
-Muy
bien, señor, así lo haré- dijo el Coronel.
El
Monasterio, Isla Sule Skerry
-¡Hola,
Madre, qué alegría escucharla! No teníamos noticias de ustedes. ¿Cómo están
todas?
-Estamos
muy bien, Secretario. Cuéntele al Papa que estoy dando clases de Catecismo al
Capitán y a dos soldados más de la
Waffen SS que se están convirtiendo y nos prometieron protección.
¡Su Santidad no lo va a poder Creer!- dijo María.
-Por
supuesto que no- dijo Pietro-, pero ¡qué alegría que me da, Madre! El Señor
actúa de maneras misteriosas y nunca nos deja. ¡Gloria a Dios, creador del
Universo!
-¡Y
a su Santísima Madre!- dijo María.
-Gracias
por las buenas, ¡excelentes noticias! Ya mismo voy a contarle a su Santidad,
estará feliz, no sabe cuánto hemos rezado por ustedes.
-Gracias
por las oraciones- dijo María-, el Señor siempre las escucha.
-Por
supuesto- dijo el Secretario-. Muchas gracias de nuevo por llamarme para
contarme esto.
Pietro
va raudamente a contarle a Pío XII las últimas noticias. Éstas hacen feliz al
Papa: ahora no hay peligro de que se enteren los ingleses, ya que las monjitas estarán
doblemente protegidas.
-¡Gracias,
Señor Jesús y María Santísima, por escuchar nuestras oraciones, gracias!-
exclama el Papa.
Hitler
continuaba escribiendo discursos, muy divertido. Al quedarse sin cinta para la
grabadora, llamó a Hans para que convocara cuanto antes al submarino de
provisiones. Hans obedeció.
El
15 de ese mes, el submarino alemán llegó con suministros y cintas para los
caprichos del Führer. No obstante, el mar traía otra sorpresa: tres submarinos
ingleses que esperaban el transporte alemán.
El
capitán del submarino alemán detectó con los radares el peligro enemigo, mas no
tuvo tiempo de indicar el viraje de curso, porque dos torpedos ingleses lo
destruyeron al instante.
La
explosión se escuchó desde la
Isla y alertó a Hitler. Llamó al Capitán de las Waffen SS,
Hans Scoper, para que solicitara urgentemente informes a Berlín. Hans se
comunica con Bormann en Berlín.
-¿Qué
necesita, Capitán?
-El
Führer quiere saber qué pasó, porque escuchamos una fuerte explosión aquí, en
Sule Skerry.
-Bueno,
las noticias vuelan: atacaron el submarino que les llevaba vituallas. En las
proximidades de la Isla
hemos detectado tres submarinos ingleses.
-¡Y
ustedes retiraron los dos refuerzos alemanes!
-Pero
fue a pedido del Führer… veremos si podemos mandar los suministros por avión.
Por favor, dígale a Hitler que todo está bien, que mañana mismo tendrá sus
cintas grabadoras.
Al
día siguiente, una avioneta particular sobrevolaba la Isla. Tres paracaídas
con mercadería aterrizaron: dos cajas con provisiones y una con cintas
grabadoras, revistas de moda y comida especial para Hitler y Eva.
Hitler
se dijo asimismo: “Cuando la Luftwaffe[2]
funciona, todo sale de maravillas”.
Hans
se alegraba de que hubieran podido recuperar los bultos, ya que, de lo
contrario, las tropas iban a estar bastante ajustadas con la comida, y eso
podría acarrear problemas entre los alemanes y las monjitas, porque ellas iban
a tener que compartir sus víveres, de por sí, pocos.
Hitler
ordenó que Hans le llevara las cintas y revistas. Éste, diligentemente, se las
acercó. El Führer se veía contento de nuevo, como un niño con golosinas. Eva
mandó a llamar a Anna, su nueva compañera a la hora de hojear revistas de moda.
Aprovechando
que los soldados Waffen SS hablaban un perfecto inglés, Anna y María comenzaron
a conversar más fluidamente con ellos, que se aburrían frecuentemente. Ellas
les hablaban de Dios y, poco a poco, cada uno fue acercándose al Señor, a la
conversión. Los dos que faltaban se mostraron muy interesados en las cosas de la
religión y le pidieron a la
Madre que los invitara cuando llegara el padre Matthew a dar la Misa.
A la semana siguiente, el Padre arribó a la Isla. Con alegría, se
encontró con dos soldados más que esperaban por la confesión: Johann y Wolfgang,
muy amigos de Hans, Friederich y Sebastian. Los cinco prometieron defender a
las hermanas, y éstas estaban más que alegres por eso.
Estos
soldados mantenían largas charlas con el Matthew y con María, charlas tan
jugosas que eran para no perdérselas. Por eso, María y Anna escuchaban todo lo
que hablaban con el Padre. A su vez, Anna asistía a María en la enseñanza de la Catequesis.
Los
soldados eran una fuente inagotable de preguntas.
-Padre,
¿cuál es el fin del hombre?
-El
hombre fue creado para alabar, adorar y hacer reverencia a Dios Nuestro Señor y
servirse de todas las cosas creadas.
-¿Qué
es
Queridos Hermanos en Cristo y María Santísima, en este Blog van a leer cosas que les parece conocidas, pero en todas hay algo que nunca supieron. Les quería avisar que el cuento El Huésped, es seguido por La Prueba, Luego la Puerta y por último lo Encontrado, léanlo en ese órden así realizan una lectura amena.Que Dios Los Bendiga. Adrián.
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