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viernes, 22 de junio de 2012

Lo Encontrado


Lo Encontrado



Hans tenía sólo 25 años y era un joven común y corriente. Estaba de novio con Therese, descendiente de franceses, una muchacha de 23 años, muy buena y comprensiva. Pronto cumplirían un año de novios. Therese era muy querida por Abraham[1] y por Ruth, los padres de Hans. El padre y la madre de ella, Andrea y Ethel, eran católicos practicantes, al igual que la familia de Hans. Por ello, los jóvenes hicieron buenas migas pronto y así comenzaron a salir a cenar, y luego se turnaban para visitar las casas de las familias: una vez a lo de los padres de Hans, otra vez a casa de Therese.
La familia de Therese estaba afincada en Hamburgo desde hacía diez años. Su padre era dueño de una concesionaria de autos Mercedes Benz. El padre de Hans, por su parte, era el dueño del astillero, ya que había recibido por herencia una parte y había comprado las demás a sus dos hermanos, Friederich y Brenda. Así, ambos matrimonios gozaban de muy buen pasar.
A mediados de aquel año, los padres de ambos decidieron alquilar unos bungalows en las Islas del Pacífico, específicamente en Bora Bora. Hans se quedaría solo, al igual que Therese y su hermana Prisca, dos años menor. Pese a ser tan jóvenes y al hecho de vivir en el año 2010, Hans y Therese no mantenían relaciones sexuales: los dos se habían prometido llegar vírgenes al matrimonio, o sea, actuar como Dios manda y no de acuerdo con la moda que todos sus amigos y conocidos seguían.
Hans, que también trabajaba en el astillero, en un puesto jerárquico, invitó a las hermanas a Escopell, a cenar, y luego a Strauss a tomar un café. La pasaron muy bien y Hans, como buen caballero, llevó a ambas hasta su casa en su Mercedes, les abrió la puerta para subir y para bajar, y antes de que ellas entraran al hogar, se aseguró de que todo estuviera bien en su interior y conectó las alarmas. Al dejarlas, les dijo: “¡Hasta mañana! A las cinco salgo de trabajar y las paso a buscar para que vayamos al zoo. ¿Qué les parece?”. Therese y Prisca contestaron afirmativamente, muy contentas con la propuesta.
-Mañana voy con un amigo de Argentina, Luis. Es divertidísimo, la vamos pasar fantástico- dijo Prisca.
-¡Genial, Prisca! Lo tenías escondidito, nunca lo habías nombrado- comentó Hans.
-Es que es un compañero de las clases de pintura…
-Ah, cierto que estudias en la Escuela de Bellas Artes.
-Sí, allí tengo muchos amigos y amigas.
-Me alegro mucho por ti. Se está haciendo tarde así que me despido. ¡Hasta mañana, mis queridas amigas! Y tú, There, mi más que amiga…- dijo Hans, y se acercó a la muchacha para darle un beso que apenas rozó sus labios.
-¡Hasta mañana, Hans!- dijeron las dos.





Mientras Hans iba manejando hacia su casa, pensaba y agradecía a Dios por tener una novia tan buena y decente, pero principalmente, por la educación católica que sus padres, Abraham y Ruth, le habían brindado. Estaba con su cabeza ocupada en eso cuando, de repente, un hombre apareció en la ruta corriendo. Hans trató de esquivarlo y frenó rápidamente. El auto le pegó al hombre en la pierna, pero sin lastimarlo. No obstante, eso no evitó que el sujeto profiriera un insulto: “¡Hijo de puta, casi me matas!”.
-Pero no fue culpa mía, señor: usted salió corriendo y me agarró por sorpresa. Gracias a Dios que lo esquivé, si no usted no contaba la historia- se defendió Hans.
-¡Ya me las pagarás!- respondió el hombre, y haciendo un gesto diabólico con la mano (levantando dos dedos en forma de cuernos) se incorporó y se fue.
Hans se quedó temblando del susto, y se dijo “Desgracia con suerte… Gracias Señor que no lo maté, podría haber sido mucho peor”.
Al llegar a su casa, guardó el auto en la cochera. Luego, entró por la puerta que conectaba el garage con la casa, fue al baño y se dio una ducha. Se sentía sucio, así que se enjabonó bien y se pasó un cepillo por todo el cuerpo, luego se enjuagó y después de secarse, se acostó. Pero no podía dormir, porque pensaba en ese tipo, en su “¡Ya me las pagarás!”, en el gesto satánico, en su cara desencajada y sus ojos como fuego. Tras permanecer en vela, a eso de las 5 de la mañana se puso a ver una película en DVD, “El escritor fantasma”, con Pierce Brosnan. Cuando se hicieron las 7, preparó un café cargado y se puso a leer la Biblia, como acostumbraba todas las mañanas. Estaba empezando a leer los Salmos; leyó los primeros tres, con sus explicaciones, y sintió un poco de sueño, que lo hizo dormir una hora. Al despertarse a las 8.30, fue a correr un poco hasta la plaza que le quedaba a doce cuadras. Volvió caminando a paso vivo.
A las 10.30, llamó a Therese y le contó lo que le había pasado.
-¿Te hiciste algo?- preguntó ella.
-No, no me hice nada, y el hombre estaba bien, se fue caminando, a pesar del golpe en la pierna, pero fue muy leve… el auto estaba frenado.
-Entonces no te preocupes, cariño. Duerme una buena siesta.
-Es que no puedo sacarme de la cabeza la cara de ese tipo y el símbolo demoníaco… me dio mucho miedo.
-Tranquilízate. Rezaré un Rosario por ti. Es más, ¿por qué no lo rezamos juntos? ¿No quieres venir a mi casa? Si somos dos, Jesús está en medio de nosotros.
-Está bien, ya voy para allá. En diez minutos estoy. Un beso, mi amor.
-Otro beso. Te espero.





Al finalizar la oración, Hans le dijo a Therese que se sentía mucho mejor.
-Gracias por tu invitación, cariño.
-De nada, mi amor, es lo menos que puedo hacer por ti.
-Bueno, ¡vamos al zoo! ¿Qué les parece?
-Me encantaría- dijo Prisca-, pero primero pasemos a buscar a mi amigo Luis. Es de una ciudad de Argentina que se llama Córdoba, ¿saben? Tiene un gran sentido del humor, ya lo conocerán.
-Pero Hans, tú tienes que descansar, no has dormido nada- dijo Therese.
-No gracias, amor. Tengo ganas de airear los pulmones. Vamos al zoo, la pasaremos bien.
Fueron a buscar a Luis. Era un joven petiso, con una larga melena negra, su aspecto era muy simpático. Apenas subió al auto, empezó a contar chistes y los divirtió a todos. Cuando llegaron al zoológico, casi se tropieza por ver una chica que “¡Estaba mortal!”, según dijo, y todos se rieron.
Pasearon mucho y pudieron ver animales de toda clase: desde pingüinos, hasta cebras y jirafas. Ciertamente, el zoo de Hamburgo es uno de los más completos en toda Alemania. Compraron pop-corns y comida para darles a los animales y anduvieron en tren por todo el complejo.
Ya era tarde y momento de cenar, entonces decidieron partir y fueron al auto de Hans. Éste, de pronto, advirtió un papel pegado en el parabrisas de su auto. Lo sacó, lo abrió y leyó en voz alta, mientras se ponía blanco del susto: “¡YA ME LAS PAGARÁS!”.
-Éste debe ser el tipo que sin querer choqué ayer- repuso Hans, con un visible temblor en la mano que sostenía el papel.
-Puede ser una broma pesada de alguien que te conoce- dijo Luis.
Las chicas estaban mudas del miedo.
-Vámonos de aquí, por favor- pidió Therese.
-Sí, vámonos ya- dijo Hans.
-Cuéntame lo del accidente- dijo Luis.
Hans le contó todo y Luis le susurró: “Tenemos que hablar de hombre a hombre”. Hans le dijo que dejarían a las chicas y luego podrían conversar bien.
Hans manejó prudentemente, como siempre, y ayudó a las chicas a bajar.
-Te veo mañana, Therese, ¿está bien?
-Sí, me quedaré rezando por ti.
De nuevo en el auto, Hans le contó a Luis que sólo le quedaba una semana y sus vacaciones se acabarían. A fin de mes, tanto sus padres como los de Prisca y Therese llegarían de Bora Bora y Tahití.
-Tenemos que charlar, Hans- dijo Luis.
-Ya mismo vamos para casa.





Al llegar a casa de Hans, éste le preguntó a Luis que quería decirle.
-Antes que nada, quisiera preguntarte cómo fue el accidente.
-El hombre salió intempestivamente hacia la calle. Yo frené con todas mis fuerzas y cuando el auto estaba ya casi parado, le rozó una pierna. Entonces él me gritó y me hizo el gesto de cuernos con su mano derecha. Eso fue todo.
-Y tú, ¿qué crees? Esos cuernos, ¿pueden ser un símbolo o simplemente un insulto?
- Ocurre que es lo mismo que me dejó en el papel en el auto. Es un símbolo maléfico.
-Ya lo creo. Hans, nos hallamos frente a un tipo que no se anda con vueltas. Tienes que avisar a la Policía para que lo encuentren y lo castiguen por acoso. Por lo que veo, se puede tratar de un tipo peligroso.
-¡Vaya que lo es! Tengo el papel en el bolsillo. ¿Me acompañas a la Policía?
-Por supuesto.
Al llegar al cuartel de Policía, los atendió un hombre obeso, pero muy eficiente. Hans le contó todo y dijo que traía como testigo a un amigo, que era Luis. El policía les dijo que esperaran cinco minutos a que los atendiera el detective de turno. A los cinco minutos exactos, el detective Mueller se presentó y los atendió. Hans le contó del accidente y le mostró el papel que encontró en su coche. El detective lo guardó como prueba y le preguntó a Hans si quería custodia en su domicilio.
-No, gracias- dijo Hans-, mi alarma está conectada con la Central de Policía, así que si suena, ustedes estarán allá en tres minutos.
-Bueno- dijo Mueller-, como usted diga, si pasa cualquier otra cosa, hágamelo saber.
-Por supuesto, detective- respondió Hans. Se dieron la mano y el detective le palmeó el hombro.





Hans y Luis salieron más tranquilos, porque habían hablado con la Policía.
-¿Y si pagas un investigador privado?- dijo Luis.
-Tienes razón, no lo había pensado. Con mi dinero puedo pagarlo.
-Entonces, ¿qué esperas?
-Es que no sé cuál será bueno, no tengo a nadie a quién preguntarle y no quiero preocupar a mis padres en sus vacaciones.
-Yo conozco uno que contrató un amigo mío y que resultó ser una excelente persona, decente, educada y moderada para cobrar. Se llama Rex Büller, todos le dicen Rex.
-¿Y dónde lo encontramos?
-A veinte cuadras de aquí, en un moderno edificio de departamentos.
-¿Lo encontraremos a esta hora?- dijo Hans.
-Por supuesto, vamos ya.

Mientras se encaminaban hacia el departamento de Rex, Luis no se cansaba de hacer bromas, tratando de tranquilizar a Hans y hacerlo sentir mejor. Pero éste seguía pensando en el hombre loco, en cuál sería su próxima jugada, si es que habría otra jugada...
Estacionaron en uno de los edificios más modernos de Hamburgo, con alrededor de cincuenta pisos y ascensores externos vidriados para ver el paisaje. Rex vivía en el piso cuarenta y ocho. Los jóvenes bajaron del auto, tras estacionarlo en una playa elegante. Tomaron el ascensor y le dijeron al ascensorista -que estaba muy galantemente vestido con chaleco rojo y botones dorados- el piso al que iban.
La oficina de Rex Büller tenía su puerta pintada de negro y lucía una inscripción que decía “Rex Büller, Investigador Privado”. Luis los presentó, y Hans comenzó a hablar en forma muy vehemente. Rex lo interrumpió pidiendo que se tranquilizara y que le explicara exactamente lo de los mensajes.
-Fueron dos: el símbolo satánico cuando lo choqué, y el otro, por escrito, en el parabrisas de mi auto. No lo tengo porque se lo dejé a la Policía.
-¿Y qué decía?
-“¡Ya me las pagarás!”, lo mismo que me dijo cuando estaba tirado en la calle.
-Está bien que hayas ido a la Policía. A veces, me piden colaboración para ciertos casos insolubles. Cobro cien Euros la hora. ¿Estás de acuerdo?
-Aquí le pago diez horas por adelantado, Rex.
-Antes, necesito tu número de teléfono celular, tu dirección y número del teléfono fijo. En menos de tres días tendrás un informe preliminar.
-Gracias por ayudarme, Rex.
-Te estás ayudando a ti mismo. Ah, y no olvides contarme todo lo que te pase de aquí en más, es fundamental para la investigación.
-Ok, lo haré- dijo Hans, y le estrechó la mano, al igual que Luis, quien también le agradeció mucho.

Los muchachos salieron del edificio y subieron al auto.
-Asunto controlado, así me gusta, todo bajo control - dijo Hans.
-Es verdad, gracias a Dios- respondió Luis.
Han llevó a Luis a su casa y se despidieron con un abrazo.
-Lo que necesites, llámame- dijo Luis.
-Por supuesto, mi nuevo amigo, lo haré sin dudar, hasta luego.
Luis entró rápidamente a su casa, pues había empezado a llover.
Hans llegó a la suya un rato después, y al bajar del auto para abrir el garaje, encontró un papel pegado en la puerta, que decía “¡YA ME LAS PAGARÁS!”. Empezó a temblar. Quiso romper la hoja, pero se dijo a sí mismo: “Me hará falta para la investigación” y, aún bajo la lluvia, regresó al departamento de Rex, estacionó rápidamente, subió en ascensor e ingresó presuroso a la oficina del investigador privado. Éste estaba arreglando unos papeles cuando Hans entró casi corriendo.
-¡Mira, Rex! Acabo de encontrar esto en la puerta del garage de mi casa. Me siento muy mal, no sé qué hacer, ayúdame.
-Está bien. Por empezar, te daré un revólver para que te defiendas. Sólo úsalo para defenderte. Si lo utilizas en defensa propia, nadie podrá acusarte de nada. Así que nada de atacar, sólo defensa.
-Gracias, aquí te dejo el papel.
-Qué bien, la amenaza ha sido escrita a mano. Así podremos saber de qué es capaz este sujeto. La grafología me ha ayudado a resolver muchos crímenes. ¿Conocías esta disciplina?
-La verdad es que no.
-La voy a hacer analizar por un grafólogo amigo y después te digo lo que me cuenta. Llévate el arma y úsala como te dije. Y llámame si tienes noticias, estoy disponible las veinticuatro horas. ¿Tienes mi tarjeta?
-No- dijo Hans.
-¡Qué picardía! Toma: tienes mi número de la oficina, el de mi casa y mi celular, llámame cuando gustes.
-Gracias, muchísimas gracias. Hasta luego, Rex- y le tendió la mano.
-De nada, amigo- y se la estrechó fuertemente.
Hans se fue con la mano un poco dolorida y con un arma en su bolsillo delantero. Por suerte, él sabía usarla, debido a que su padre, cuando él era pequeño, le había enseñado a tirar. Con el revólver cargado, no tenía ningún miedo.





Al otro día, el teléfono despertó a Hans. Eran las 9.30, y se había dormido con el revólver bajo la almohada. El sonido lo sobresaltó, por lo que instintivamente metió la mano para buscar el arma. Luego, se dio cuenta de que sólo era el teléfono y atendió. Era Rex.
-Hola Hans.
-Hola Rex, discúlpame, estaba durmiendo.
-No, discúlpame tú a mí. Ya tengo el informe grafológico, quería contarte los resultados.
-Ah, cuéntame, por favor.
-Te lo leo: dice que se trata de una personalidad obsesiva, agresiva y con algunas características sociopáticas.
-¿Me lo puedes traducir?
-Lisa y llanamente: el tipo es un loco, capaz de hacer cualquier cosa por nada, tal y como fue el accidente contigo.
-¡Ay, mi Dios! ¿Y cómo me defiendo bien de un loco como ése? Ya tengo tu revólver, pero me parece poco. ¿Y si contrato dos hombres bien armados y leales?
-Yo te los consigo, Hans. Esta tarde van a ir a tu casa, así que estate allí y no te muevas. ¿Tienes alarma?
-Sí, conectada con la Policía.
-Activa la alarma ya mismo.
-Está conectada, cuando duermo siempre la conecto.
-Muy bien, tenla conectada todo el día. Y no salgas de tu casa hasta que tengas los guardaespaldas.
-Ok, eso haré. Muchas gracias, Rex.
-De nada, tú te lo mereces. Adiós.

Hans llamó inmediatamente a casa de Therese, y lo atendió Prisca.
-Hola, ¿quién habla?
-Soy Hans, hola Prisca, ¿cómo estás?
-¡Muy bien, gracias, Hans! Charlando con Luis. ¿Tú?
-Bien, bah… más o menos. ¿Me puedes pasar con Therese?
-Sí, claro. Luis te manda saludos.
-Mándale un abrazo de mi parte, gracias.
Prisca llamó a su hermana y la puso al teléfono.
-Hola, Hans. ¿Cómo estás?
-No muy bien, amor. Te hablo para pedirte oración, porque el tipo que me persigue es un loco de remate. Ora, por favor, para que no me haga nada.
De pronto, Hans escuchó algo así como un forcejeo en la puerta de entrada.
-Discúlpame, Therese, pero siento ruidos en el living. Voy a ver qué es. Más tarde te llamo.
Hans fue a inspeccionar la sala, pero luego escuchó ruidos en la ventana del cuarto de sus padres. Prevenido, subió con el revólver, mas sintió ruidos en el living, otra vez. Bajó corriendo las escaleras y sintió ruido arriba, en su habitación. Lo estaban volviendo loco. Se trataba de cuatro personas. “¿Serán parte de una secta diabólica?”, se preguntó Hans. Asustado, llamó a la Policía, pero apenas llegó el patrullero, pasados sólo cinco minutos, ya no había nadie.
Hans les contó lo ocurrido a los oficiales, y también les dijo que había contratado guardaespaldas. Con los policías estaba el detective Mueller.
-Hans, ¿este hombre te ha enviado algún otro mensaje?
-Sí- dijo Hans-, y decía lo mismo que la anterior.
-¿Puedes mostrármela?
-La tiré- contestó Hans, porque no quería contarle al detective sobre Rex.
-¿Cómo que la tiraste? Te había pedido que me las entregaras, así podría investigar bien el caso.
-No me di cuenta, discúlpeme detective. No volverá a pasar.
-Está bien. Ahora todo está tranquilo, ¿verdad?
-Sí, todo está bien. Ya se fue esa gente loca que estaba rondando mi casa.
-Me enteré de que vas a costearte tres guardaespaldas.
-Es que no puedo vivir más así.
-Me parece bien, cualquier cosa, avísame.
-Por supuesto, detective Mueller.
El patrullero y sus ocupantes se fueron de la casa de Hans. Éste, inmediatamente, llamó a Rex y lo puso al tanto de lo sucedido.
-Esa gente está trastornada.
-Sí, deben ser de una secta o algo así.
-Creo lo mismo. En una hora te mando los guardaespaldas. ¿Los esperas?
-Obviamente. ¡Ojalá los locos no regresen!
-No, ya cumplieron su cometido: asustarte. Hoy no van a ir más.
-Gracias Rex, un abrazo.
-Igualmente. Adiós.

Luego, un poco más tranquilo, Hans telefoneó a Therese, porque sabía que ella estaría preocupada. Le contó todo: desde el desgraciado encuentro de la nota en su garaje, hasta de Rex, el revólver y los guardaespaldas. Le dijo además que creía que habían sido varios sujetos los del ataque, y que quizás pertenecieran a alguna secta rara en Alemania. Therese se puso a llorar.
-Amor, es demasiado para nosotros. Tendríamos que hablar a nuestros padres en Hawaii.
-No, querida, no podemos molestarlos en sus merecidas vacaciones.
-Hans, esto se salió de control, por lo menos del mío…
-Mi amor, hay tres guardaespaldas que vienen en camino y que se van a quedar conmigo todo el tiempo. Se irán turnando, quédate tranquila.
-Está bien… pero ¿cómo sabes que uno de tus guardaespaldas no es uno de ellos?
-Son profesionales y los contrata Rex, mi investigador privado. Por favor, cariño, no sigamos fantaseando, ya encontrarán a estos tipos y los meterán en la cárcel. Recemos un Padrenuestro y tres Ave Marías para que todo salga bien. Cuando todo esto termine, visitaremos el Santuario de Shönstat, veremos a la Mamita Virgen y al Santísimo para agradecer, ¿quieres?
-Bueno. ¿Vas a estar seguro?- dijo ella.
-Por supuesto. Mira, tocan el timbre, seguro son mis muchachos. Te llamo en media hora.
-Ok, espero tu llamado. Cuídate, mi amor, que Dios te proteja.
-Gracias Therese, me cuidaré, adiós.




Hans se asomó por la mirilla de la puerta y no vio a nadie. Desconfiado, fue a buscar su revólver. Regresó y preguntó quién era, pero no contestó nadie. Repitió la pregunta y escuchó una voz que decía “Soy yo, Luis”. Sin embargo, no sonaba como él, parecía que estaba drogado o algo así. Pensando que algo le habría pasado a su amigo, abrió la puerta. Justo en ese momento, un hombre se abalanzó sobre Hans: tenía un cuchillo en la mano y lo atacó, en un intento por clavarle la afilada hoja en el corazón o el cuello. Hans lo esquivó y atinó a dispararle en el riñón, y el atacante cayó al suelo. Al verlo tirado y ensangrentado, Hans reconoció al viejo que se había llevado por delante en la ruta. Aterrorizado, pensó que seguramente los demás agresores estarían cerca. Escuchó gritos que venían de afuera, como de guerra. Entonces, de un salto llegó a la puerta y la cerró y activó la alarma que había desconectado cuando estuvieron los policías. El grupo de desquiciados pateaba la puerta con furia; eso hizo sonar la alarma y alertó a la Policía, que en tres minutos llegó a casa de Hans.
Los oficiales pudieron detener a cinco de los diez atacantes. El detective Mueller ingresó a la casa y encontró al viejo, desangrándose.
-Hans, ¿tenías un revólver y no me dijiste nada?
-No- contestó Hans-, porque es de mi padre y él me lo prestó para mi seguridad.
Hans pensó para sus adentros: “Dios mío, perdóname por mentir”.
-¿Y este tipo te quiso cortar el cuello?
-¡Por supuesto! ¿O cree que le miento?
-No, no me mientes, sólo quería interiorizarme de las circunstancias del crimen.
-¡¿Crimen?! ¿Qué crimen? Él no murió todavía…
-El viejo está más frío que un frigorífico, Hans.
-¡Oh, no! ¡Mi Dios, maté una persona! ¡Perdóname!- gritó Hans, y se puso a llorar desesperado. La presión había sido demasiada y, como corolario, ahora acarreaba con una muerte sobre sus hombros.
-Hans, tranquilízate, hay buenas noticias: la secta ha sido encontrada y todos están presos. Era una secta diabólica, no iba a parar hasta matarte. Ahora no tienes qué temer. Mira, ahí llegan tus guardaespaldas.
El grupo de musculosos guardianes se presentó ante Hans; uno de ellos le tocó el hombro y le aseguró que ahora todo estaría bien.
-¡Váyanse! Ya no los necesito… Al único al que necesito es a Dios, mi Creador, que me ha ayudado a lo largo de toda mi vida. ¡Váyanse ya!



Señor, Dios mío, en Ti me refugio
sálvame de todos los que me persiguen,
líbrame para que nadie pueda atraparme.
como un león, que destroza sin remedio.

Dios es un Juez Justo,
y puede irritarse en cualquier momento;
si no se convierten, afilará su espada,
tenderá su arco y apuntará;
preparará sus armas mortíferas,
dispondrá sus flechas incendiarias.

Daré gracias al Señor  por su justicia
y cantaré al nombre del Señor Altísimo.

(Salmo 7, versículos 2-3,12-14 y 18)


[1] Ver novela La puerta.

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